Después de cruzar al sud de Punta Boquerón,
proseguimos el 13 de marzo hasta el NE (en cuya dirección tendía la entrada), a
poca distancia de la costa septentrional, detrás de la cual la tierra parecía
levantarse gradualmente hasta formar una meseta que terminaba cerca de la
Primera Angostura, muy parecida a la que rodeaba a Cabo Gregorio. Estaba
habitada pues en varios sitios distinguimos humo de hogueras, encendidas quizás
con ánimo en varios sitios de invitarnos a desembarcar.
El relato es el comandante de la Beagle en aquella expedición al centro
del Estrecho de Magallanes, y estba dado en el día ccomo el de hoy, el 13 de marzo de 1828... la descripción de Stokes King continúa de esta
manera.
El lado sud de la entrada parecía (después
de formar una pequeña bahía al pie de Pico Nose) extenderse en dirección
paralela a la costa norte de la bahía, hasta unas 3 ó 4 leguas, donde
desaparecía bajo el horizonte. Ninguna de las dos costas presentaba en todo el
largo de sus márgenes, una entrada o abertura de capacidad suficiente para dar
abrigo siquiera a un bote; de manera que un buque sorprendido allí por un
temporal del SO tendría pocas probabilidades de escapar, a no ser que existiera
un canal, que dada la quietud de las aguas y la total ausencia de marea,
teníamos poca esperanza de encontrar. Las sondas variaban de 20 a 30 brazas y
el fondo parecía ser de conchillas, cubriendo probablemente un subsuelo de
arcilla o arena.
Mientras avanzábamos surgió a nuestra vista
una pequeña masa rocallosa, terminación en apariencia de la costa
septentrional, y de nuevo nos entusiasmó la perspectiva de encontrar un pasaje;
pero antes de transcurrir media hora, pudimos distinguir perfectamente que la
bahía terminaba en tierra baja, y la eminencia resultó no ser más que una masa
rocallosa aislada unas dos millas tierra adentro. Como a bordo todos quedaron
convencidos de la inexistencia del canal dimos la vuelta, determinando con
marcaciones a Monte Tarn, cruzadas por ángulos desde Monte Graves, Pico Nose y
Punta Boquerón, nuestra posición y la extensión de la bahía.
Algunos
de estos nombres se perpetuarán en el tiempo.
A causa de no procurar al navegante
fondeadero ni abrigo, ni otra ventaja alguna, la denominamos Bahía Inútil.
Estaba demasiado expuesta a los vientos reinantes para permitirnos desembarcar
y examinar la región y sus producciones o para entrevistarnos con los
indígenas, y como tampoco aparecía a la vista nada novedosa, no perdimos tiempo
en retirarnos de tan expuesto lugar. Frente a Punta Boquerón la corredera de
patente acusó 26 millas de recorrido, la misma distancia exactamente que
marcara por la mañana; de manera que de las 5 a las 10 de la mañana, y de esta
hora a las 4 de la tarde, no experimentamos la menor marea, lo que confirma la
inexistencia de un canal.
En la foto: Pinguinos Rey en costas de Bahía Inútil.
3 comentarios:
Hola Mingo!
Un apunte sobre la Bahía Inútil
Algunas expediciones que llegaron al archipiélago de Tierra del Fuego proporcionaron datos geográficos que, de modo implícito, vincularon a la Bahía San Sebastián con la Bahía Inútil. Esto se debió a la proximidad entre ambas bahías, una abierta hacia el Mar Argentino y la otra hacia el Estrecho de Magallanes. La relación partía de una concepción errónea: suponer que estas dos bahías en realidad no eran tales, sino que eran la entrada y salida de un canal que corría en dirección Este-Oeste. Este supuesto canal, que de acuerdo a esta concepción venía a dividir a la Isla Grande, fue conocido con el nombre de Canal de San Sebastián.
Tras el descubrimiento holandés del Estrecho de Le Maire (1616), el Rey Felipe III ordenó preparar dos carabelas para ser enviadas a la Tierra del Fuego. Sus nombres: Nuestra Señora de Atocha y Nuestra Señora del Buen Suceso. Las naves, al mando de los hermanos Bartolomé y Gonzalo Nodal, partieron de Lisboa el 27 de septiembre de 1618. El 19 de enero del año siguiente, fondearon cerca del actual Cabo San Sebastián. Cruzaron el “nuevo” Estrecho de Le Maire, y el 5 de febrero tuvieron a la vista el Cabo de Hornos, al cual nombraron Cabo de San Ildefonso. El derrotero continuó por el Pacífico hasta ingresar al Estrecho de Magallanes el día 25 de febrero. El 11 de marzo alcanzaron el Cabo Vírgenes, sitio por donde habían pasado semanas atrás. En razón de este periplo, se adjudicó a la expedición el mérito de confirmar que Tierra del Fuego era realmente una isla.
No obstante este importante aporte al conocimiento geográfico austral, estos expedicionarios españoles mantuvieron una concepción geográfica que los antecedía y que hasta el momento no había sido aclarada. Plantearon la existencia de un canal cuyas bocas de entrada y salida estaban en el Mar Argentino y en el Estrecho de Magallanes. Así, en sus escritos se referían al “Canal de San Sebastián”.
Juan E. Belza, en su libro “El romancero del topónimo fueguino”, apunta que los hermanos Nodal “supusieron que la Entrada de San Sebastián era el comienzo de un estrecho, y así lo consignaron en sus cartas (...). El engaño provino de la característica del terreno, un gran valle coronado de colinas que une a San Sebastián con Bahía Inútil en el mar Pacífico”.
“Tanto creyeron esto los Nodales que el 8 de marzo (1619) cuando ya casi habían rodeado la isla y navegaban por lo más ancho del Estrecho frente a la actual Bahía Inútil escribieron en su diario: ‘En este paraje nace de la parte sur otra boca de canal que sale para Leste que al parecer se comunica con el canal de San Sebastián’”.
Efectivamente. En un mapa del viaje de los hermanos Nodal que confeccionó el cosmógrafo Pedro Texeira Ealbermas, publicado en el libro de Juan E. Belza, se observa claramente dibujado el imaginario canal que atraviesa en forma levemente curva el territorio norte de la Isla Grande. Junto al comienzo de este canal, sobre el actual Mar Argentino, se lee - lupa en mano - la siguiente inscripción: “Entrada d S Sebast”. Su boca occidental, se observa en la zona de la actual Bahía Inútil.
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Juan E. Belza continúa su exposición al respecto:
“Pero los Nodales no inventaron la fábula. Ya el misterioso canal fueguino aparecía en la cartografía francesa de la segunda parte del siglo XVI. Y persistió imprecisamente en Mazza, Ortelius y Sebastián López, todos anteriores a los Nodales. La creencia perdurará dos siglos en la cartografía mundial. Véanse al azar los mapas de Gerardo Walk (Ámsterdam, 1654), de Nicolás de Fer (París, 1720), de Mattew Seuter (Augsburgo, 1740), Thos Kitchin (Londres, 1756), Juan de la Cruz Cano y Olmedilla (España, 1775) y Carta Esférica Española de 1799”.
“El cartógrafo Juan de la Cruz Cano y Olmedilla, que, a pedido de Casimiro Ortega construyó una carta para ilustrar El viaje del Comandante Byron alrededor del mundo ..., y la grabó en Madrid (...) en 1769, afirma que de acuerdo a la Descripción de don Francisco de Seyjas y Lobera ... el canal de San Sebastián está comunicado con el mar del norte y es navegable por navíos pequeños. Y lo diseña unido con lo que hoy llamamos Bahía Inútil”.
Esta carta aparece también representada en el libro de Belza (*), aunque su reproducción apenas hace legible las anotaciones que en ella aparecen. El mismo mapa puede ser encontrado en internet, y en este caso, ampliando el área geográfica de nuestro análisis, se distingue nítidamente el canal en cuestión acompañado del siguiente nombre en inglés: “St. Sebastian’s Channel”. Ese nombre aparece escrito a lo largo del dibujo del canal, aunque antes de llegar a la supuesta desembocadura Oeste, y tras ser atravesado por otro que corre en dirección Sur-Norte, el canal que analizamos se mueve sin indicación de nombre alguno. Según la carta, el canal sale al Estrecho en el área de la actual Bahía Inútil entre dos islas. Por otra parte, en su desembocadura Este puede leerse el nombre “C. St. Sebastián”.
Es curiosa también la observación de Juan de la Cruz Cano y Olmedilla - basada en don Francisco de Seyjas y Lobera - referida a la posibilidad de que este canal podía ser navegado por “navíos pequeños”. Claro está, si alguna vez un pequeño barco hubiera realizado el intento, hubiera demostrado que aquel paso no era real.
La existencia del Canal de San Sebastián representada en la cartografía y escritos de la época, quedará finalmente desacreditada en la primera mitad del siglo 19. Así lo cuenta Juan E. Belza en su libro:
“En 1826 el Almirantazgo Británico organizó el relevamiento hidrográfico de las costas fueguinas conocido como ‘Viajes de levantamiento de los buques de S.M. (Británica) Adventure y Beagle’. En 1827 el jefe de la expedición Parker King fijó la base de operaciones en la bahía de San Juan, en el Estrecho. Y pronto destacó a la chalupa Hope para explorar las inmediaciones del Torren (isla) o el Arská (vieja casa del bosque) de los choncóiucas, que los blancos llamaron Isla Dawson y verificar la existencia del famoso canal. La Hope no logró su cometido. En enero de 1828 el capitán Phillip Parker Ping revisó la zona del Lago de los Estrechos a bordo del Adelaida y sólo halló una enorme bahía, la Jorrká o lugar del chorrillo, a la que llamó Inútil”.
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“En Junio de 1830, cuando Fitz Roy retornaba del sur con la Beagle penetró en la bahía de San Sebastián y tras examinarla desde su boca decretó la inexistencia del canal. Sin embargo, para disipar cualquier duda volvió el 17 de febrero de 1834: ‘A pesar de haber estado antes en esta bahía, no hubiera podido afirmar que no me hubiera engañado acerca de la existencia de un canal; tan clara, y definida aparecía allí una amplia abertura. Sin embargo pocos minutos más me desengañaron: alcancé a distinguir una tierra baja y llana que cerraba el horizonte occidental, y poco después fondeamos en la bahía ...”. (Belza, Juan E. “El romancero del topónimo fueguino”, Instituto de Investigaciones Histórica de Tierra del Fuego, Buenos Aires, 1978).
... Y allí llegué una vez, a la Bahía Inútil. Aquella bahía que alguna vez fue canal. Me recibió con sus vientos incesantes, fuertes, que corrían en desesperada fuga de la isla. Me encontré parado frente a sus aguas verdes y completamente revueltas, iluminadas por el sol de la tarde. Tal vez hubiera sido posible imaginar un barco a velas cruzando frente a aquella playa desierta, con sus marinos cumpliendo tareas desplazándose de aquí para allá en la cubierta, vistiendo ropas de otros tiempos. Acaso también hubiera podido escuchar sus voces, traídas por el viento y resonando en cada rincón de la bahía.-
(*) El mapa aparece con el título “Carta del Estrecho de Magallanes, una de las publicadas en Madrid en 1769 por Juan de la Cruz Cano y Olmedilla, de la Real Academia de San Fernando”.
Un abrazo Mingo!
Hernán (Bs. As.).-
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