Así lo expresó en una carta monseñor José Fagnano el 17 de marzo de 1893, carta que fue publicada en el Boletín Salesiano en columna
identificada como NOTICIAS DE NUESTRAS MISIONES - TIERRA DEL FUEGO
Ayer llegué a la Isla de Dawson, en la Tierra del
Fuego, después de haber pasado más de un mes de peligros y fatigas. El objeto
principal de mi viaje fue el de buscar un lugar á propósito para la fundación
de una nueva Misión. Dictados por el R. P. Beauvoir los ejercicios espirituales
á nuestros Hermanos y á las Hermanas de María Auxiliadora en la Misión de San
Rafael, y hechos los preparativos necesarios, partí en nuestro pequeño barco
acompañado del R. P. Beauvoir, de los coadjutores Ferrando é Ibáñez, del joven
Cesario Villalobos y de dos indios, uno ya bautizado, Luis, y otro todavía
catecúmeno, Octavio. Luis habla bien el español y el yagan, y regularmente el ona.
Octavio, que es una ona, entiende, pero no habla el español, y vino como
práctico para ponernos en relación con los onas del centro de la Tierra del
Fuego.
La
mención sobre el tema propiedad aparece al avanzar la crónica exploratoria.
La
guardia contra los salvajes. Acampamento- Un cacique.
Hacer la guardia por la noche es acá indispensable,
como quiera que es menester tratar de evitar cualquier sorpresa de los indios,
quienes podrían robarnos algún caballo ó matarnos con sus flechas por habernos
atrevido á llegar á sus dominios. Los salvajes tienen ideas extrañas sobre la
propiedad: cazan pájaros, guanacos y zorros en sus campos, donde no puede
entrar persona alguna de otra tribu, y el llegar á ellos de improviso es una
como declaración de guerra.
Buscábamos los orígenes del Río Grande, andando
siempre al sud-este, pero en esta dirección se extendían bosques interminables,
de manera que solo después de seis días de marcha á caballo, por valles y
colinas minadas por las talpas, llegamos, el 22 de febrero, á su nacimiento, á
unos cuarenta kilómetros del mar.
Los humos que el día anterior habíamos visto no
lejos del camino nos indicaban los lugares preferidos por los Onas para la
caza. Pasamos el río y á las tres de la tarde nos detuvimos en una isla
abundante en pasto y algunos robles, que eran los últimos que habíamos de
encontrar. Luis distinguió á poca distancia
un grande acampamento de indios, y animado á llegar allí con Octavio y
manifestar á los salvajes el objeto de nuestro viaje , le recomendé les
advirtieran que no viviesen á nosotros en la noche, porque nuestros perros los
podrían dañar, sino hasta la mañana siguiente, que serían muy bien recibidos.
Luis y Octavio vistieron una piel de guanaco y
partieron.
Entretanto el R. P. Beauvoir y yo nos pusimos á
visitar la isla y á buscar camino por donde continuar viaje al día siguiente.
Llegaron nuestros indios al caer la tarde,
acompañados de otro indio, capitán ó cacique de aquella tribu, cubierto con una
piel y ensangrentadas las piernas.
Dos días antes había trabado combate con los indios
de otra tribu y había perdido dos de los suyos. Ahora al ver nuestro fuego
habíase figurado que aquella tribu enemiga hubiera vuelto á librar nueva
batalla; pero luego supo por nuestros indios que éramos gente de paz, que nos
brindábamos por amigos suyos y estábamos dispuestos á defenderlos de
quienesquiera que tratasen de hacerles daño, vino alegre á nuestra tienda. No
aceptó la sopa, ni la galleta que le ofrecimos, pero sí un pedazo de pato
asado, que comió con mucho gusto. Luego le regalé dos mantas de lana y le puse
al cuello una medalla de María Auxiliadora; le prometí pagarle al día siguiente
la visita, y se retiró. Con todo no dejamos de estar alerta durante la noche.
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