Don Juan Muñiz (foto) vivió en Río Grande desempeñándose como empleado de La Anónima. Paralelamente nuestro pueblo fue el espacio fecundo donde él desarrolló su condición periodística, primero escribiendo con seudónimo en La Verdad, después oficiando de corresponsal de Argentina Austral, la revista de la firma para la cual trabajó toda su vida.
Este “Episodio fueguino”, nos pone al tanto
de sus búsquedas, su visión del mundo, y su capacidad de rescate de la memoria
regional.
Copello, que sería Capello, respondería en
familia al nombre de Sekriot y sus restos han sido repatriados después de un
largo tiempo en que fueron conservados en el Museo de La Plata.
La isla grande de Tierra del Fuego fue ganada para la
civilización tras muchos sacrificios. No queda la menor duda de que los
Salesianos fueron, en su parte norte, el puntal civilizador, que no obstante
los peligros que representaba estar rodeado de aborígenes y los reveses
sufridos, siguieron adelante con su apostolado y continúan trabajando. Ya no
civilizan a los indios pues que fueron desapareciendo; ahora están empeñados en
modelar al hombre de campo del mañana, en el mismo escenario que otrora
convertían aborígenes al cristianismo.
Nos han enseñado que el alcohol, traído por el blanco, fue
la causa de que esta raza fuerte haya ido desapareciendo casi hasta
extinguirse. Pero también sabemos que el blanco ha pagado con sangre su ideal
de ganarlos para la civilización. Naturalmente que han reñido dos fuerzas: una,
la civilizada, en pos de un ideal; otra, celosa de sus dominios, rebelde.
Antagonistas en fin.
En ese clima de peligro ocurrió hace años el sangriento
episodio que vamos a relatar.
Fecha: 4 de setiembre de 1894. Escenario: Tierra del Fuego,
playa entre los cabos San Pablo y Medio. Protagonistas: Personal de la
subcomisión sur de la demarcación de
límites con Chile y el cacique Copello con otros indios onas.
Se disponía a regresar la comisión del sur, compuesta por
los capataces Jacobo San Martín y Juan Ducca, acompañados por el minero Miguel
Cacica y un peón llamado Flores, teniendo intención de recorrer la línea de las
“pirámides” con objeto de plantar nuevamente las que en gran número habían caído
o habían sido volteadas. El resto de la comisión, los peones Figueroa y Agüero,
habían quedado a tres leguas del lugar, en un paraje con suficiente pasto y
agua para la caballada y mulares que llevaban. Despreocupados del medio en que
actuaban, solamente poseía la sub-comisión una escopeta, un revólver prestado
por el administrador del Páramo, una carabina “Winchester” de Cacich y otra
“Remington” de la Comisaría de Policía de Filaret.
A primeras horas del
día 4 sorprendió a los peones la carrera desenfrenada de un caballo montado en
pelo, sin freno, por Cacica. Más muerto que vivo por el susto se unió a sus dos
compañeros y caminando todo el día,
arreando las mulas y caballos llegaron a la Misión Salesiana de Río Grande. Y
allí contó al P. José el sangriento episodio que le había tocado vivir en esa
mañana y del que se evadió por milagro.
El cacique Copello con otros indios habían venido a
visitarlos en su campamento, y San Martín, al parecer sin la más mínima
desconfianza, llegó hasta el punto de convidarle a dormir en su propia carpa y,
¡el colmo de la imprudencia!, prestarle la escopeta “para que fuese a cazar
pájaros…” Así habían entrado en relaciones aparentemente amistosas, yendo y
viniendo los indios a todas horas al campamento, regalándoles y cambiándoles
cuchillos y otras chucherías por arcos y flechas. Ese día, estando los
expedicionarios sentados alrededor del fuego desayunando y rodeados de mucha
indiada, San Martín les mostró muestras de oro y les hizo comprender que si
tenían algo de esto podrían comprar y proporcionarse todo lo que les gustaba,
cuando, repentinamente, suena un grito salvaje y son acometidos y volteados
cada uno por tres o cuatro indios que sigilosamente se habían colocado a sus
espaldas. En medio de la salvaje gritería, a la par que el sol teñía con rojos
tonos el horizonte, también la tierra recibía la generosa sangre de los
inmolados… ¡Allí quedaron acribillados a puñaladas los servidores de la
comisión de límites San Martín, Flores y, unos diez pasos separado de sus
compañeros, Ducca. Muertos todos…! Únicamente Cacica pudo librarse de aquellos
salvajes que ya lo habían agarrado y a punto de ultimarlo; saltó sobre un
caballo en pelo y emprendió la huída, no sin recibir un fuerte golpe de
“macana”. Todo el campamento, armas y caballos quedaron en manos de los onas…
¡Era el botín!
Y llegan los tres hombres a la Misión Salesiana pidiendo
socorro al P. José. Al P. José…que escribe: “Llegaron esta mañana- 5 de
setiembre de 1894- a las 7 a. m. pidiendo socorro de gente y de armas; pero,
que podía hacer yo que tengo solo a 7 muchachos y estoy presentemente rodeado
como de 50 indios a quienes alimento, a unos más de 20 días.. ¡Qué podía hacer
yo, digo, que me encuentro como asediado, como sin poderme mover! Sugeríle
mandase a la Comisaría de Filaret en San Sebastián y pidiese allí al señor
comisario de policía el socorro que con todo mi pesar no podía darle.” Y el P.
José M. Beauvoir, rodeado de indios, valiente en su ministerio, musita una
plegaria por aquellas vidas perdidas por el odio salvaje.
Parte el grupo a pedir socorro. El minero Cacica lleva la
mala nueva a las autoridades y una carta:”San Martín, el empleado de la
comisión de límites, fue ayer acometido por el indio Copello y compañeros en su
misma carpa al lado del fuego, y según parece muerto con sus mismas armas junto
con otros dos. Más no pudiendo yo como desearía prestarles este servicio por el
momento, pues somos tan solo ocho nosotros y tengo en la fecha como 50
indios acampados acá desde quince días y
de los cuales no puedo descuidarme. Asi que ruego a Ud. como juez del punto y
comisario, a tomar las medidas convenientes y mandar la fuerza mayor que pueda
y perseguir a esos malhechores, que según se dicen son varios ya los crímenes
que este Copello había cometido…”
El indio Copello tenía fama de sanguinario, de los más
peligrosos, a quien se le atribuían muchos crímenes. Ahora era más temible con
las armas de fuego secuestradas a sus últimas víctimas, y se decía que sabía
manejarlas como un cristiano…Habitaba generalmente con su tribu en el fondo de
la bahía Thetis, soliendo frecuentar y visitar la Sub-perfectura de aquella
parte.
Ante la triste noticia, el comisario interino don Honorio
Ponte, juez de paz del distrito, organiza la expedición que aunque no sea para
vengar a las víctimas por lo menos es necesario tratar de salvar los restos de
los infortunados y darles sepultura. ¡Pero si tiene solamente 4 agentes y uno
de ellos es el cocinero…!
El aquel tiempo el lector sabe que existía en Tierra del
Fuego la fiebre del oro…Varios mineros esperaban que la playa se “compusiera”
para lavar sus arenas. El administrador del “Páramo”-empresa privada- toma la
iniciativa y logra reunir buen número de trabajadores, dispuestos a terminar si
era necesario con aquella tribu pendenciera. Son elegidos los que tenían más
experiencia del lugar, entre ellos cuatro que varias veces habían estado en el
lugar de la masacre y que también conocían de vista al cacique o capitanejo
Copello. Entre ellos, tal vez el mejor conocedor, lo era el capataz de la
estancia “Río Cullen”, Nicolás Peters, que ya había tomado parte como baqueano en la expedición de Díaz (Comisión de límites). Se
buscan caballos y el día 9 parten los expedicionarios. El grupo estaba formado
por: Comisario H. Ponte, dos agentes,, un particular, José Díaz,, Bruno
Ansorge,
administrador del “Páramo”, el Dr. L. Dryander, también del
personal del “Páramo”, Nicolás Peters capataz dee la “Río Cullen”, y los
mineros Angel Aravena, Pascual Torres, Antonio Rey, Pedro Muñoz y Miguel
Fabris. La expedición llenó su misión con abnegación y buena voluntad. En el
mismo lugar del crimen descansan los infortunados cuerpos…
Tiempo después, el 10 de octubre, llega a Buenos Aires la
infausta noticia: “Señor Perito Moreno Dr. Norberto Quirno Costa. Tengo el
sentimiento de remitir a Vuestra Excelencia el oficio que he recibido de Tierra
del Fuego del Reparador de Instrumentos de la Comisión, dando cuenta del
asesinato de los capataces Jacobo San Martín y Juan Ducca, cometido por los
indios del cacique Copello el 4 de setiembre en la playa del Cabo Medio, y de
las medidas tomadas para perseguir a los criminales…” Este informe pudo
llegar a manos del Cónsul argentino en
Punta Arenas quien lo envió a destino. La parte norte de Tierra del Fuego,
olvidada hasta para el tráfico marítimo, no tenía comunicación con el resto de
la República.
Las andanzas del indio Copello tuvieron su fin en Puerto
Harberton poco tiempo después del episodio que revivimos. El 15 de enero de
1895 fue muerto por desobedecer la orden de prisión e intentar la fuga al
interior del bosque. Y, justamente, es el mismo juez de paz, don Honorio Ponte,
quien levanta el acta que firman varios vecinos de Ushuaia.
N. del A..- Datos obtenidos de archivos de la
época.
Puerto Deseado,, mayo de 1952.
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