Al acercarse este navegante holandés a una
de las costas del estrecho, unos cuantos indios atacaron con piedras y trataron
de arremeter con sus canoas. Los
europeos reaccionaron matando a cuatro o cinco aborígenes; los demás indios,
impresionados por los disparos, huyeron para refugiarse en un bosque cercano.
Cuando el hambre apuró a los marineros a
descender, aparecieron nuevamente los kawescar que estaban escondidos y mataron
a tres de ellos, hiriendo a otros dos con sus arpones.
La estricta crónica traducida del alemán
dice lo siguiente: “se toparon con el almirante en la verde bahía siete canoas
con salvajes, de diez u once pies de estatura, y que eran de color rojo y
también traían larga cabellera. En cuanto vieron las chalupas huyeron a tierra
y arrojaron tal cantidad de piedras a los holandeses, que estos no se
atrevieron a acercarse. El vicealmirante los dejó aproximarse a la distancia de
un tiro de escopeta al tiempo que ordenó a su gente abrir fuego sobre ellos;
cuatro o cinco fueron de esta manera muertos y los restantes huyeron llenos de
pavor a tierra. Aquí arrancaron con sus manos algunos árboles, que a la
distancia parecían tener un palmo de un metro, se atrincheraron tras ellos y
los pusieron todos juntos, con lo que casi impidieron disparar. El almirante abandonó a estos hombres
sedientos de sangre a su propia ira y volvió a bordo, desistiendo de atacarlos.
Otro día cuando algunos marineros buscaban alimentos, habiéndose alejado mucho,
salió súbitamente de un bosque un grupo de salvajes que los acometió mató a
tres de ellos e hirió a otros dos de cuidado. A los que habían dado muerte los trataron de la forma mas inhumana, y no
lo habrían hecho de otra manera con los heridos, si el capitán no hubiese
acudido en su ayuda. Todos estos salvajes iban completamente desnudos, excepto
por uno que llevaba una piel de foca colgando del cuello, la cual le cubría la
espalda y los hombros. Sus armas eran flechas de madera muy dura, que sabían
marchar con mucha fuerza y certéramente con la mano. La punta era como un arpón
y se quedaba ensartada en el cuerpo de aquellos que eran alcanzados, por que
estaban afianzadas a este largo palo sólo con tripas de foca. Como se enterraba
muy profundamente solo se las podía extraer con mucha dificultad...”
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