En las cuatro piezas que los nuevos empleados
de La Anónima le alquilaron a Antonijevic, aquel invierno de 1937, cada noche
convergía el interés de la muchachada porque Rogolini calzaba guantes con quien
se le pusiera por delante.
Don Vicente Stanic recordaba tiempos mejores de
su experiencia pugilística nacida en Porvenir y Don Casiano Pérez, el vecino,
ya sin uniforme se daba una vueltita después de cenar.
¡Qué más podían hacer los muchachos en ese Río
Grande de 30 familias!
En el Social no se entraba sin ser socio, no
era cosa de echarle copas al cuerpo todos los días, y el deporte surgía como
una pasión nueva para el cuerpo y para el alma.
Fue así que en la esquina de lo que hoy es San
Martín y Libertad, un 12 de julio, más de treinta vecinos se dieron cita por
una convocatoria que corrió parcialmente de comercio en comercio, y con ello
nació la decana de las instituciones deportivas de Tierra del Fuego.
Juan José Guarado fue su primer presidente, y
la tarea inmediata que comprometió a la dirigencia fue conseguir una sede
social, para ello se alquiló a Berlín la casa que este tenía en la calle San
Martín –donde hoy está La Feria Franca- y allí surgieron entre campeonatos de
truco y ping pong los sueños, las expectativas de que al llegar la primavera se
formaría el primer equipo de fútbol de la institución.
Eduardo Camilo Rogolini, el socio Nro 1 , con
el número uno en sus espaldas, reeditando su condición de crack del Boxing; en
la lína de fondo José Chierasco, Porfirio Silva y el petiso Castro, empujando
para llegar al gol: Ildefonso Lagos, Alberto González, Alfredo Lepori, Jorge
Goyak, Ernesto Riera y los dos wines: el izquierdo: Heráclito “Tito” Ibarra, el
derecho Antonio Falgueras; en más de un puesto Silenio Cuello y Onofre Andrade.
Cuando se necesitaba un capitán se optaba por Chierasco o Silva, para evitar
discusiones se acataba la voluntad estratégica de Carlos Alvarez.
Antes de cada puesta de sol, cuando los días
se fueron alargando a la espera del verano, el picado congregaba a los
paseantes en el campo de deportes que se había improvisado en toda la calle
frente al Hotel Argentino.
Atrás de la intención de los muchachos
aparecieron los nombres maduros de don Vicente, José Rafúl, Abraham Vázquez,
Francisco Santomé, Oscar Caballero y Francisco Ross –el correo- que prestara su
vehículo en las primeras incursiones deportivas fuera del pueblo.
Porque hay que aclarar aquí que Río Grande en
el 37 no daba para más de un equipo, y si hasta entonces existía un rejuntado
“de la gran siete”, duros rivales sólo se los podía encontrar en el
Frigorífico, María Behety, San Sebastián chileno o Porvenir.
San Martín estaba destinado a ser el equipo de
todo Río Grande.
Y con esa voluntad cada uno adquirió su propia
indumentaria llegándose a la elecci´0on de los colores del club, esos que
quedaron estampados sobre su primer camiseta azul marina y blanca a líneas
verticales.
No se había mudado el club a la casa Raful,
donde se mantuviera largos años hasta el triste incendio de 1961, cuando San
Martín afrontó su primer compromiso internacional compitiendo con la selección
de Porvenir, con la que, luego de ir ganando 3 a 1, se terminó en la paridad
del marcador gracias al “bombeo” del referí del encuentro, el padre Mario
Zavataro, cura párroco del pueblo vecino, quien otorgó dos penales seguidos a
los locales.
Pero estaba aún todo por hacer, y hoy está
todo por recordar, su historia compromete al Club con la comunidad que creció a
su paso, con los que ahora en distinta medida son testigos de sus logros, y son
esperanzada semilla de su mañana.
En la foto un equipo que hizo época: Américo Gutiérrez, Goyac, José Raful, Camilo Rogolini -uno para identificar, el bajito de vincha-, Lepori y el Sr Rivas como presidente el club en ese momento. Agachados: Antonio Falgueras, Lagos, Porfirio Silva, Barría, Heraclio Tito Ibarra.
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