En Mayo de 1988, tiempo en que fui Director de
Cultura de la Municipalidad, la revista Tiempo Comunitario, que editaba el Centro
Histórico Documental, publicó un trabajo con mi firma en la columna Rastros del
Río que Ríe –hermanita mayor de la presente- que anunciaba en el título Gaviota
Varada, un trabajo de tres paginas que surgió de mi indagar.
Indagar como lo he hecho en la totalidad de
las Crónicas de la Misión de La Candelaria, indagar en otras fuentes
documentales.
A fines de aquel año publiqué La Candelaria.
Gaviota Varada debía aparecer en él, como otros trabajos.. pero no daba el
presupuesto para tanta tinta y papel.
Hoy se las presento, con algunas correcciones,
y junto a esta foto del Punta Dungeness en el Río que Ríe que muestra una
pasión frustrada desde que se me rompió la cámara.
En poco menos de un año los riograndenses del
ochenta vimos encallar en nuestra ría las moles marinas del Desdémona y el
Punta Dúngenes. Ambas embarcaciones preanunciaban la reactivación portuaria
recuperando caminos de distancias históricas, minimizando fletes, alertando al
progreso.
Pero el Desdémona con su carga ypefiana debió
desprenderse de todo su peso para poder reflotar y el Punta Dúngenes, de
meritoria trayectoria como transbordadores en el Pacífico chileno, se enredó
entre las arenas y los trámites aduaneros, alimentando en aquel momento los
comentarios más pesimistas de los nuevos y viejos pobladores.
Atrás del singular hecho de un vapor varado al
bajar la marea corrí con mi cámara fotográfica en ambas oportunidades y fue en
el segundo de los casos, cuando atreviéndome a cruzar el río a pie, descubrí
liado a su boya la herrumbrosa ancla.. desecho de otros varamientos que
ocurrieron al nacer mi pueblo por sus caminos salinos de agua.
Así fue con el Azopardo, así con el Gaviota;
ambos vieron peligrar su existencia marinera cuando en medio de tareas de
balizamiento y sondeo ganados por las grandes fluctuaciones de las mareas
quedaron apresados en el lecho gravoso de nuestro puerto.
¿Quiénes fueron los protagonistas de estas
azarosas circunstancias del pasado fueguino?
De entre las anónimas fuerzas del trabajo y el
progreso, emergen algunos nombres que rescataremos del olvido para reconstruir
un tiempo de singulares sacrificios.
El primero: Teniente de Navío José Mascarello.
Su nave: El Azopardo.
Mascarello, ilustre patagonés, creció en su
labor náutica por las costas del sur en el último cuarto del siglo XIX; seguía
la pujanza y entereza soberana de su paisano Don Luis Piedra Buena.
Sus actos de arrojo completaron una foja de
servicios que justificó su comandancia del Azopardo, cuando el Perito Moreno
requirió la presencia de los más aptos en la tarea demarcatoria de los límites
entre Chile y Argentina.
Al morir Mascarello en 1906, la prensa porteña
describió el episodio del varamiento de su nave en nuestro río mayor a
principios de 1889: “Encontrándose en Punta Arenas, recibe orden de entrar en
Río Grande en Tierra del Fuego. La barra de este río es peligrosísima; entonces
no había carta de esos parajes ni el más simple croquis de su costa”.
“Una balizas colocadas en tierra por los
primeros navegantes españoles (SIC), habían sido destruidas por los indios”.
“No hay, pues, más remedio que entrar
sondando”.
“En momento en que se debía dar fondo, el
Azopardo choca contra una piedra que estaba cubierta por las aguas y se abre un
rumbo debajo de la máquina, que en pocos minutos inunda todo el
compartimiento”.
“El momento era crítico, pues nos
encontrábamos lejos de la costa, pero allí en el puente de mando se encontraba
Mascarello, es decir la pericia, el valor y la práctica”.
“El salvataje comenzó con la misma serenidad
que si se hubiera tratado de una maniobra. Todo, absolutamente todo, excepción
hecha de los efectos de Mascarello, quien ni siquiera permitió que se sacara de
su camarote su reloj, fue llevado a tierra en los botes, mientras lentamente el
barco se hundía buscando su sepultura”.
“El agua llegaba al puente ya y Mascarello
permanecía en él, cual si quisiera echar raíces”.
“El Comandante Martín se acercó y lo invitó a
abandonar su barco; Mascarello dio una respuesta negativa”.
“¿Quién sabe que sombrío pensamiento cruzó por
su cerebro?”.
“¡Nunca he visto reflejado un dolor m´s
intenso que en aquella cara de líneas tan enérgicas! El barco estaba bien
perdido –quiero significar que no había la mínima responsabilidad para los que
comandaban. Pero ¿quién lo convencía al gallardo Mascarello? Con él o sobre él,
dijo”.
“Por fin empezó a bajar la marea y el casco
paulatinamente se vino descubriendo, quedando el buque sobre la traidora roca”.
“Después de muchos días de esfuerzos
sobrehumanos, de trabajos inauditos, trabajando con el agua hasta la cintura a
temperatura de 22 grados bajo cero, consiguió ponerlo a flote”.
“Y el barco de la escuadra que iba a buscar la
tripulación, creyéndola náufraga, se sorprendió un día al reconocer al Azopardo
capeando el golfo San Jorge, rumbo a Buenos Aires”.
Es cierto que regresaba con el casco abollado
y casi sin timón, pero se había salvado el honor de la bandera. Es que
Mascarello no había regresado sin su barco..
¿Cómo vivió el riograndense de aquel entonces
la catástrofe que ocurría en sus arenas quebrando la quietud de sus días?
La noche del 30 de abril del 98, llegaron los
primeros náufragos hasta la reducción salesiana de La Candelaria; eran tres
marineros calados de agua y tiritando de frío que anunciaron el percance y la presencia
del Teniente Martín, jefe de la Subcomisión Demarcadora de Límites...
¡Imploraban hospitadidad!
En el malogrado Azopardo llegaba también con
una carta de recomendación de Monseñor Fagnano un personaje que ingresaría a la
historia negra de la isla; el primer mayordomo de las estancias de Don José
Menéndez: Alejandro Mc Lennan, el Red Pig. Con él llegaban un conjunto de
agrimensores que trabajando sobre lo que fueron las posesiones de Popper,
iniciarían con el Comisario Luis Du Gros, la mensura de las tierras que luego
recibirían en nombre de “Primera y Segunda Argentina”: los primeros
latifundios.
Así fue que mientras el Chancho Colorado y los
agrimensores quedaban en La Candelaria, la tripulación del Azopardo se refugió
en el galpón que los salesianos habían construido junto a la desembocadura del
río, con la autorización de utilizar los 200 postes con que se esperaba
alambrar en primavera, serían calefacción para los náufragos.
La geste de Mascarello, recibió de la Misión
carne, una tropilla de caballos, dos carretas y cuatro yuntas de bueyes,
subsistiendo precariamente durante dos meses, esperando que las zigzigias de
junio los pusieran a flote. Esto ocurrió el 26 y al marcharse la tripulación
solo vió cobrado el costo de la carne a 20 centavos, logrando el Padre Beauvoir
–Director de la Misión- la compra a la Subocomisión de Límites de diez mulas a
100 pesos cada una y colocando sus cinco mejores perros entre la gente de la
embarcación.
Cuando hubo que buscar una justificación al
naufragio del Azopardo, alguien insinuó en Buenos Aires que una señal de
balizamiento, colocada años antes por el Teniente Montes, habia sido confundida
con la cruz que ya existía en lo alto del barranco de La Candelaria, lo que dio
lugar a que la prensa liberal se ensañara con la Orden de Don Bosco, acusándola
de premeditar naufragios en su propio beneficio.
El río, cuco de la navegación atlántica
fueguina, se abriría una semana después de la partida de Mascarello para
recibir al “Ushuaia”, donde llegaban las maderas, planchas, herramientas y
manos con las que se edificaría la factoría de Menéndez, al sur de nuestro
cauce.
Hay que volver sobre La Misión de La
Candelaria al recordar el segundo varamiento, el del Gaviota, durante el año
1899.
Este aviso de la Armada fue construido en los
Astilleros Howarld Eerke de Alemania y adquirido junto a sus gemelos Bahía
Blanca y Golondrina –el que diera uno de sus primeros nombres a nuestro
puerto-, en una operación comercial por el año 1888.
Diez años después era comandado por el
Teniente de Navío Don Manuel Lagos, y bajo su responsabilidad, al finalizar el
siglo XIX, fue destinado como buque de estación en Río Grande.
Luego de realizar tareas hidrográficas en Le
Marie y los canales, se produjo el fatídico varamiento que sembraría sombras
sobre las condiciones de navegación de nuestras playas.
Eso fue el 26 de marzo y la odisea costera
duraría hasta el 14 de noviembre del 99. ¡Como imagino la crítica los marinos
argentinos en la babel de naciones que era entonces nuestro pueblo! Con un
Monseñor Fagnano que, por aquellos días, realizó unas de sus más extensas
exploraciones tratando de rescatar indios de los campos, ahora cercados para
provecho de los dueños del guanaco blanco. El Prefecto Apostólico fue víctima
del primer rumor fueguino, nacido en la preocupación del la Hermana Vallese,
que partió en el Amadeo el 4 de mayo cuando el ya obispo llevaba siete días
afuera, y si bien él llego a La Misión esa misma noche, se interpretó en Punta
Arenas que había desaparecido o muerto, y con esa noticia un vapor alemán puso
en Buenos Aires la noticia de su deceso flechado por los indios. Fue la
consternación para los que alababan su obra.
¡Ya tuvo Fagnano la fortuna de desmentirlo
personalmente e indicar que en La Candelaria vivían 163 indígenas, de ellos 55
mujeres y 30 niñas!
Mientras el Gaviota permanecía en el lecho del
río, atorado de arena, entraban y salían vapores. El Ushuaia, con sus ovejas
malvineras, el Patria llevándose a Javier Soldani, dueño de El Cañón, el primer
boliche del pueblo que pronto cambiaría de dueño, el vapor “Uruguai” (SIC) y el
Azopardo pretendiendo ayudar en el salvataje, el Amadero cargado de papas,
galletas, harina y vino, y el Lovart en el que dos inviernos antes llegaron a
La Misión las primeras 1359 ovejas de la estancia salesiana.
La tarea de salvataje del Gaviota fue llevada
a cabo por el Capitán de Fragata Fon Teófilo Deloqui, más tarde gobernador del
Territorio, y también por la experimentada tripulación del Azopardo . Cuando se
hizo indispensable que el Teniente Lagos viajara a Buenos Aires, para informar
la situación del navío, regresó en el mismo barco que un año antes varara con
las arenas, esta vez al mando del Teniente de Fragata Félix Ponsatti.
Pero vamos a rescatar otros hombres que
insertaron su vida en el quehacer incipiente de aquel Río Grande, entre ellos
Ángel Capullins, el carpintero del aviso que el 8 de agosto finalizo la
construcción del altar de la iglesia histórica que iniciara en 1899 el padre
Juan Bernabé, y que termina de techar el 9 de septiembre de aquel año Gabriel
Iturralde.
El maquinista del barco fue el que puso en
marcha en el ínterin todas las máquinas del taller de las indias y otros
oficiales exploraron el puerto del Cabo Sunday –hoy Caleta La Misión- buscando
una entrada a la Tierra del Fuego ovina, menos riesgosa.
El 20 de septiembre se consiguió hacer flotar
el barco, pero fue echado a la playa otra vez, el 10 de octubre se incendió el
galpón de la playa donde la tripulación, al igual que antes la del Azopardo
tenía su refugio, y recién el 14 de noviembre recuperó el Gaviota una condición
marinera que le permitiría sin más peripecias, seguir al servicio de la Armada
Nacional hasta que en 1933 se convirtiera en un buque pesquero más en el Golfo
Nuevo.
El Gaviota nunca volvió a nuestro río, un
rumbo de arena melló su osadía por abrir nuestra puerta.
Eso sí, fueron El Gaviota y su tripulación
protagonista de un festejo muy singular cuando en la tarde del 24 de mayo de
1899, luego de visitar al impaciente Capitán Lagos, el Capitán Bueno José
Fagnano, traía de regalo una oveja y un cordero, una damajuana y una botella de
vino para el comandante del aviso. Habrá sido la oveja y la damajuana para la
tripulación. Y la botella y el cordero para la íntima cena entre el jefe espiritual
y el naval del pueblo. La conjetura vale como pensar tal vez, que en ese
invierno, cuando llegó el tiempo del 25 de mayo, en medio de un infortunio que
desafiaba la paciencia de estos marinos se habrá brindado con un enérgico:
¡Viva la Patria
En la foto, el Azopardo hundiéndose en las agua del río Grande.
1 comentario:
... Interesante artículo Mingo! Sobretodo por rescatar nombres de embarcaciones a veces olvidadas, o bien algo "opacadas" por otras. Por supuesto que la Isla tiene innumerables historias de naufragios, cada una con sus particularidades y apellidos. La mayoría de ellos, como alguien una vez me dijo, ocurridos durante la etapa romántica de los naufragios.
Un saludo!
Hernán (Buenos Aires).
PD: Mingo, aún sigo sin poder conseguir "La Candelaria" por estos lares ... Pfff
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