De acuerdo con
las investigaciones directas que pude realizar en 1965 entres seis de los nuevo
ona-parlantes que sobrevivían para esa fecha en Tierra del Fuego, pude anotar
110 nombres aplicados a 179 especies vegetales. Si bien no existen cómputos
modernos sobre la flora de dicha región y no sabemos con exactitud de cuántas
especies se compone, podría decirse, sin mucho error, que la última cifra
señaladas representa un 30% del total.
Martínez
Crovetto visitó Río Grande en 1988 convocado por el Centro Histórico
Documental, allí trabajó junto a Nelly Iris Penazzo en la elaboración de
terrarios, y recorrió la estepa fueguina. De su experiencia anterior había
aparecido un artículo diez años antes, en la revista Karuikinká, del cual hemos
extraídos algunos fragmentos.
La investigación
concluye en que los nativos del norte fueguino no fabricaron bebidas, no
emplearon plantas textiles ni tintóreas, desconocieron el uso de escobas, y era
muy bajo el número de plantas medicinales y muy alto, en proporción a las demás, eran las alimenticias:
De acuerdo
siempre con los datos que pude reunir personalmente, comían las flores de dos
especies, de las cuelas una es autóctona (Taraxacum gilliesii) y la otra, introducida
(Taraxacum officinale), pero ambas
muy parecidas ente sí. Por esta razón, recibieron en nombre “oitá”. De esas
achicorias o dientes de león se ingerían además, las hojas y las raíces.
La
ponencia de este correntino, se enmarca en lo que se denomina la Etnobotánica,
disciplina que estudia la relación de las distintas comunidades humanas con las
plantas.
Comían, por lo
menos, las frutas de ocho especies silvestres, csi todas ellas bayas o drupas
de tamaño pequeño y poco sustento, aunque algunas muy sabrosas, estas son: mich
(Berberis buxifolia y B.empetrifolia), kol (Empetrum rubrum), ólta (Fragaria chiloenses), shal (Pernettya mucronata y P. pumila),
shétrrhen (Ribes magellanica) y wásh
shal (Rubus geoides). Algunas de
estas frutas tenían nombre propio, como por ejemplo kor las de Barberis buxifolia y wasj las de Empetrum rumbrum, lo cual hace pensar
que haya tenido cierta importancia dentro de la dieta vegetal.
Lo
que aquí presentamos forma parte del capítulo que él denominó Los conocimientos
fito-tecnológicos, que acompañara en otras instancias lo que él llama Los
conocimientos florísticos, Los conocimientos botánicos, Arquitectura de la
fitonimia ona. Exactitud de la fitonimia ona.
En cuanto a
raíces y tubérculos, pude tomar nota de 16 especies, que por ser muchas, no las
repetiré aquí. Algunas de ellas, como la llamada téen (Arjona patagónica) deben
haber sido muy apreciadas pues, en ciertas épocas del año, algunos grupos
aborígenes se desplazaban hasta el Cabo Peñas y a otras partes de la bahía San
Sebastián, lugares donde esta especie abunda, para cosecharlas y consumirlas.
Varias de dichas raíces se comían crudas, otras como las de tesh(ue)n, nombre
bajo la cual conocían varias especies de Azorella
y Bolax, eran asadas o calentadas sobre el fuego.
Importante
recurso alimenticio fueron también ciertos hongos. Supongo que los caróforos de la mayoría de las especies
de los géneros Cyttaria, Agaricus,
Polyporus, Fistulina, etc., se utilizaron en ingestión directa, sin ninguna
clase de preparado. Personalmente pude documentarlo en relación con once
especies, pero deben haber sido muchos más, pues en la bibliografía existen
varios nombres recopilados entre los onas que hasta el presente no han podido
ser debidamente aclarados.
Martínez
Crovetto hace algunas relaciones al trabajo Los Onas de Carlos Gallado de los
cuales rescatamos este, por su singularidad:
“He dajdo para
el final el caso de las semillas de taáiu (descurainia
antárctica), por ese el único alimento de origen vegetal que era sometido a
alguna clase de elaboración. Como en el momento de mi estadia entre los onas,
éste ya había caído en desuso, dejaré que sea Gallardo quien explique su
preparación, sus cualidades y forma de consumirlo.
“El pan se hace
por las indias, para lo cual recogen semillas de una planta llamada Tay por los
onas, semillas parecidas a las de alfalfa, pero algo más pequeñas, a las que
con una enérgica frotación entre las manos les hacen perder la cascarita que
las cubre. Estas semillas se echan sobre una piedra chata que se calienta al
lado del fogón sobre ceniza y allí se muelen a medida que se tuestan,
convirtiéndose en harina, harina que mezclada con agua en unos casos y en otros
con grasa de lobo marino, forma una masa compacta que es sometida al fuego en
los fogones o es comida simplemente sin esta cocción. El pan o torta resultante
tiene color terroso, es de mal gusto, aceitoso, pero muy nutritivo. Par comer
este pan hay que tener presente ciertas reglas entre las cuales la más
importante es que deben echarse a la boca pedazos pequeños y no mascarlos, sino
desleírlos con la saliva para poder tragarlos. Dada su constitución, si se
mascara este pan se vería el paciente bastante fastidiado, pues se le pegarían los
dientes superiores con los inferiores, paralizando así sus mandíbulas. En otros
casos se limitan a hacer cocer o tostar las semillas sobre piedras y luego las
guardan para molerlas más tarde”
En
el terreno de las conclusiones el investigador dirá:
1.-
Entre los onas los conceptos relacionados con la morfología vegetal eran muy
limitados.
2.-
El conocimiento de las plantas en cambio, era muy grande. Puede calcularse que
fueron capaces de distinguir y denominar un 40 o 45% de la flora fueguina.
3.-La
técnica fitonímica, derivada principalmente de nombres propios, era de gran
derteza.
4.-
La utilización de plantas, comparativamente con otras tribus indígenas, fue más
limitada.
Las fotos corresponden, el retrato -a Ernesto Ipas-, el pan de indio, a Jonathan Montero.
Las fotos corresponden, el retrato -a Ernesto Ipas-, el pan de indio, a Jonathan Montero.
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