Mi viejo amigo y caballero de la caña Don Enrique…me había
comprometido para que le contara a medida que se fueran produciendo las
novedades que observáramos en la pesca deportiva de Tierra del Fuego. Tal vez
en esta forma podría a medias disfrutar del goce de vivirlas, ya que por una u
otra razón no pudo cristalizarse su proyecto de viajar a lo que él llamó “el
Paraíso de los Pescadores”.
Distintos motivos y no pocas amarguras han hecho que me
desconectara con este amigo que fue tan gentil conmigo. Por eso y en
cumplimiento de mi promesa y con la esperanza de que alguna vez me lea, hago
este pequeño relato de las experiencias por las que he pasado después que
dejáramos de escribirnos.
Fue un verano, no sé si del cincuenta y cinco o del
cincuenta y seis, que con una temperatura bochornosa para estas latitudes,
decidí dar una vueltita por el Río Grande. Para los que no conozcan la Tierra
del Fuego, el mayor de los ríos y el único que recibe del mar el famoso SALMON
(perdón señores técnicos, sigo pensando que es salmón y no trucha Arco Iris).
Este río muy cercano de la población que lleva su nombre y
al que se llega en contados minutos, luego de recorrer los once kilómetros que
dista del pueblo, estaba esa vez tan claro como un espejo y bastante bajo, ya
que por ser muy avanzado el verano de un año excepcionalmente seco, luego de un
invierno casi sin nieve (como se imaginarán los lectores, los ríos de la Isla
Grande son todos de montaña y luego de nutrirse de innumerables chorrillos, van
a desembarcar al mar o al Lago Khami, situado al pié de las últimas
estribaciones de la Cordillera de los Andes) su caudal se veía muy reducido.
La pesca estuvo muy
bien, ya que hubo un pique muy sostenido y los ejemplares gordos y muy
peleadores. Ese día estrené un pescadero nuevo para mí, que queda muy al
interior de los campos de la estancia María Behety, cuyo propietario, amigo
personal de todos los deportistas, no había tenido inconveniente en autorizarme
a entrar tantas veces como quisiera.
El pescadero en sí, es un gran remanso, formado por un
recodo en el río, que asemeja a una especie de lago de unos cien metros de
ancho, con una corredera más o menos en el centro, lo que hace que los
especialistas de la mosca, se vean seriamente comprometidos para alcanzar
buenos ejemplares, ya que estos por lo general se sacan de la corredera. En
este lugar el virtuoso de la caña Míster Joe Brooks obtuvo según me han dicho
muy buenos ejemplares.
Yo desde tiempo atrás había querido ir a tal lugar a pescar
para alejarme de la playa y tratar de develar un misterio que me tenía
intrigado, desde el año anterior y era que muchos pescados aparecían con unas
extrañas cicatrices en el cuerpo que les destruía las escamas en forma
semi-circular, cuando no era en forma de un círculo perfecto, del tamaño
aproximado al que tenían nuestras viejas monedas de un centavo.
Cuántas veces lo comentamos en círculos de aficionados,
siempre culpóse a los lobos marinos que suelen acercarse a la playa de Río
Grande en busca de alimento, cuando los restos que arroja al agua el
frigorífico local, atrae gran cantidad de róbalos que vienen en cardumen a
comer bofes, pedazos de tripas, etc., que van a parar al mar. Ya es conocido
que dichos lobos son grandes devoradores de peces.
Personalmente siempre creí que se trataba de mordeduras
recíprocas entre seres de una misma especie, que quisieran justificar aquello
del que el pez grande se come al chico etc…
Bien, luego de una hermosa tarde regresé a mi casa y mi
esposa se dedicó a preparar uno de los salmones que había pescado para la cena,
mientras yo fotografiaba, pesaba y desviceraba el resto para el clásico regalo
a los vecinos y a los amigos, quienes por no tener paciencia para pescar no lo
hacen, pero comen pescado.
Como decía me encontraba entretenido con el resto de la
pesca en el patio, cuando una viva exclamación de mi esposa me hizo entrar en
la cocina, donde sobre la mesa
culebreaba entre las vísceras del pescado recién abierto una pequeña viborilla
de un color blanco plateado de unos diez centímetros escasos y a la que una vez
que la inmovilicé con un palito, pude ver que se trataba de una pequeña anguila
viva e intacta.
Ver esto y meterla en un frasco con alcohol, fue cosa de
minutos no sin antes fotografiarla en todos los ángulos.
Según pude establecer posteriormente, cuando yo salí de la
cocina mi esposa se puso a abrir el pescado y observó en primer lugar un
coagulo de sangre semidescompuesta entre los intestinos del mismo y luego al darlo
vuelta para localizar el origen de la hemorragia, salió de detrás de la vejiga
natatoria la anguila mencionada y la sorpresa le hizo prorrumpir en la
exclamación que yo oyera.
Así pues quedó flotando en el suspenso qué bicho será el que
habíamos descubierto?
Habíamos leído Salar el Salmón en la revista Selecciones y
posteriormente yo leí en Mecánica Popular, la lucha de las autoridades
estadounidenses sostienen para extirpar una anguila que les destruye los
salmones de los lagos, con el consiguiente perjuicio económico que representa
la despoblación ictica de esos espejos de agua. ¿Pero sería la que nosotros
encontramos un ejemplar de tal especie?
Ninguna de las personas a quienes recurrí la conocían ni la
habían visto nunca y los viejos pobladores e indios, no las habían oído nombrar
ni tenían idea de que éstas existieran.
Decidí pues seguir yendo a ese pescadero con la secreta
esperanza de que apareciera otro pez atacado u otro ejemplar de anguila.
Pasaron varios días sin que nada hiciera creer que existieran
otras, hasta que un día…
Pero empecemos por el principio. Fue un domingo por la
tarde, en esos días en que por cosas de la pesca, no había pique ni rastros de
que este pudiera darse en ese pescadero (el mismo que ya he descripto) así que
me fui corriendo unos metros hacia el interior del mar hasta que llegué a una
bifurcación del río, que deja en su interior una pequeña isla, que a su vez
guarda en su seno una lagunita que dejaba allí la bajante del río. En la misma
y moviéndose ya pesadamente por la falta de agua y el exceso de sol, trataba de
enterrarse en el fango una anguila blanca se unos sesenta centímetros de largo
y bastante gruesa.
Demás está decir que la saqué a manotones a causa del apuro
hasta dejarla sobre el pasto, donde pude saciar mi curiosidad observándola por
todos lados.
No pude menos que observar los formidables dientes,
semejantes a los colmillos de un roedor, que se encontraban colocados en lo que
sería el maxilar inferior de una boca en forma de una ventosa, con los labios
superiores cubiertos de unas asperezas corneas o cartilaginosas que aparentaban
las pequeñas espinas del tallo de una rosa. Los citados colmillos se
encontraban situados muy al interior como si su poseedor los usara después de
haber hecho presa con sus labios de la víctima ocasional.
Recién cuando la tuve bien segura en una bolsa mojada para
que la anguila no se resecara con el viento, seguí tratando de pescar y como
obedeciendo a un conjuro se abrió el pique consiguiendo sacar unos ejemplares
que colmaron todas mis ilusiones de pescador.
Ya de regreso a mi hogar procedí a obtener una
cuidadosa fotografía de los ejemplares,
que aparecieron con cicatrices y de la anguila. Desgraciadamente de ésta sólo
salió una bien, ya que el resto se veló al sacar el fotógrafo el rollo de la
máquina, según me dijo, por lo cual solamente puedo adjuntar las copias que se
ven.
Si algún aficionado conoce el ejemplar que expongo de la
anguila del cuento, y puede asesorarme sobre la misma le quedaré muy agradecido
y creo que lo mismo pensarán todos los amigos pescadores que hayan tenido la
paciencia de leerme.
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