El explorador italiano Roberto Dabbene llega a Puerto Hope,
una “pequeña ensenada rodeada por todas partes de montañas cubiertas de bosques
y formada por uno de los numerosos fiordos de la costa de la isla Clarence.
En el fondo de la pequeña bahía, sobre el estrecho pedazo
de playa pedregosa que queda entre el agua y la montaña. Al borde mismo del
bosque que la reviste, se levanta un miserable wigwam, construido como todos de
un armazón de ramas entrelazadas en forma hemisférica y recubierto con pieles y
trapos. En ese triste y solitario paraje ha elegido su morada un extraño
personaje, un tal Rey, español, el cual, desde hace varios años vive allí, en
compañía de dos indias, por medio de las cuales se mantiene en buena relación
con los indios alacaluf, que vienen de vez en cuando a venderle o a canjear las
pieles de nutrias o lobos, pequeño comercio al cual se ha dedicado” (Un viaje a
la Tierra del Fuego).
Corre el 27 de enero der 1902.
Se trataba de un cazador que se había adaptado a la
milenaria vida de los nativos, con sus típicas viviendas y sus hábitos de
canoeros, que no daba muestras de añorar su terruño y, por el contrario, se
manifestaba a gusto con llevar esa vida en contacto frontal con la naturaleza y
las condiciones que le impone para su subsistencia. “Como la mayoría de los
aventureros que recorren estas islas desiertas del archipiélago fueguino, ese
individuo ha sido marinero, lobero, buscador de oro y parece que en seguida de
algunos reveses sufridos en sus negocios ha venido a establecerse en este
punto”.
La llegada del barco provocó interés del personaje, “izó en un palo clavado en la playa, delante del toldo, una bandera chilena a media asta, y a los marineros que fueron a tierra para la provisión de agua del buque les dijo que habiéndose muerto una hija en la noche, pedía al comandante el permiso para mandar hacer por el carpintero de a bordo un cajón y una cruz. Cuando algunas horas después estábamos por zarpar, se dirigió a tierra llevándose en el bote la fúnebre carga para ir a proceder al sencillo entierro de la pequeña india en un rincón del húmedo suelo de la playa”.
La llegada del barco provocó interés del personaje, “izó en un palo clavado en la playa, delante del toldo, una bandera chilena a media asta, y a los marineros que fueron a tierra para la provisión de agua del buque les dijo que habiéndose muerto una hija en la noche, pedía al comandante el permiso para mandar hacer por el carpintero de a bordo un cajón y una cruz. Cuando algunas horas después estábamos por zarpar, se dirigió a tierra llevándose en el bote la fúnebre carga para ir a proceder al sencillo entierro de la pequeña india en un rincón del húmedo suelo de la playa”.
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