La misma se titula
Relámpagos, y en ella Julio Popper expresa:
“Comisario para
Tierra del Fuego. Se precisa uno que sepa su obligación y que tenga buenas
recomendaciones. Sueldo mensual $ m/n 40. Dirigirse…”
Y luego se sucede
un diálogo.
-No, esto no se
hace por aviso en la prensa.
-Pero urge, señor
–Hace dos meses que he dejado la Tierra del Fuego en pleno desorden. Allí debe
regir la anarquía.
He aquí como cupo
el honor a un hermano mío (oh! Lo lamento en el fondo de mi alma) de ser el
Adán de los comisarios del departamento de San Sebastián.
Había estado en
Buenos Aires y de nuevo me hallaba de paso en el simpático Punta Arenas.
Llegaba conmigo los doce gendarmes destinados a la comisaría, que para evitar
demoras venían con el vapor correo.
Era invierno.
Blancas las calles y blancos los cerros, blancos los campos y blancos los
montes, rosa tan solo el rostro de las bellas del pueblo, pero ni blanco ni
rosa el ánimo de sus habitantes. Algo extraño, inusitado, se había apoderado de
los antes tan pacíficos vecinos. Se notaba un movimiento acelerado, en las
esquinas se discutía asuntos importantes, en los despachos se gesticulaba, se
oían gritos; se compraban y se vendían armas y caballos a precios exorbitantes
y luego de repente, seguían frases de tranquilidad; por momentos el pueblo
reanudaba su vida monótona y acompasada…
Popper se preparaba
para describir una batalla.
Julio Popper
describió en la prensa de Buenos Aires la convivencia entre el poder judicial
puntarenense y los negocios que se permitían en ese confín.
Oh no cabía duda!
Allí sucedía algo parecido a lo que el genio de un célebre novelista ha concebido
y descripto hace años, la futura metrópoli antártica se haya sujeta aun
capricho “ del doctor Ox”.
-Usted me la pagará
cien veces!- se oía decir a una voz clara y despejada, pero agitada por la ira,
mientras que detrás de un mozo que cargaba una capa de guanaco, se cerraba
violentamente la puerta de una tienda. Era la voz del honrado, culto y
afortunado dueño del almacén.
-Pero cómo es señor
Menéndez, que usted, comerciante, después de estar avisado del robo de una capa
de señas tan características, forrada como no hay otra en esta ciudad, viene a
comprarla por la tercera parte de su valor y a un individuo sospechoso,
confinado –preguntaba el juez, que a las ocho de la noche había construido
juzgado en la tienda.
Era un caso
extraordinario, nuevo en los anales del pueblo.
Poco tiempo después
de haber ocurrido esta escena, el señor juez, que a la vez desempeñaba las
funciones de boticario en la localidad, me honraba con su visita:
-Traigo una docena
de chicha champaña especial y tendré mucho gusto si usted acepta de mi parte.
-Le agradezco mucho
señor Venegas, pero no acostumbro a recibir regalos.
-Pero Usted me
ofende si no lo toma.
-Le aseguro que no
tengo esa intención.
-Entonces le voy a
vender cinco bordalesas de vino francés que tengo muy rico, y que usted
precisa.
-Las compraré
siempre que respondan a las condiciones que Usted cita.
Popper incomodaba
en el Estrecho, y seguiría incomodando
Julio Popper da
cuenta de su relación en Punta Arenas con el boticario Venegas, sujeto de
oscuros designios que a la vez se desempeña como juez de paz.
Al día siguiente se
desembarcaban del buque del establecimiento para ser devueltas a la botica,
cinco bordalesas cuyo contenido no necesitaba d ela Salvation Army para impedir
su consumo, y, ¡Oh fatalidad! Quedaba a bordo una caja que no constaba en el
manifiesto y que resultaba contener doce botellas de chicha champaña.
Esto era grave,
inaudito, a Popper se la había ofrecido un vino francés de mayor calidad.
-Quiere usted tener
la bondad de pasar por un momento?, le voy a leer una sentencia –decía el
secretario del juzgado que al verme pasar por la calle abría la ventana y me
dirigía la palabra.
-Sentencia del
juzgado?
-Si, señor. Ahí
está: por fallo de este juzgado se condena a usted al pago de 160 pesos, valor
de dos bueyes, en el juicio seguido por el señor Venegas…
-Si jamás tuve
noticias de bueyes del señor Venegas. Por qué no me citaron antes de
condenarme?
-No lo sé.
-Acaso pretende
haberme vendido bueyes?
-Lo ignoro.
-Y el audiatur et
altera par4s?
-No lo conozco,
creo que no ha venido.
¡Uf¡ era tiempo de
seguir viaje.
Popper explicó en
la prensa de Buenos Aires los detalles de sus relaciones con Punta Arenas.
Había dado a
conocer el decret6o que creaba una comisaría en San Sebastián, cuyo objeto era,
en parte, prevenir la expoliación indebida de las riquezas auríferas del
territorio, y publicado a la vez un pliego de condiciones por el que los
mineros podían trabajar en pertenencias de la Compañía, la que los proveía de
casa, aparatos, medios de transporte y manutención, distribuyéndose el oro
obtenido en partes equitativas entre lso obreros y la empresa, y me hallaba de
regreso en El Páramo.
-Dónde está el
encargado del establecimiento?
-Se ha ido.
-Y el mecánico?
-Se fue-
-Y los
trabajadores?
-Todos se han ido;
anoche se embarcaron y salieron con rumbo al norte. Llevan de oro 24
kilogramos.
Venía en el vapor
chileno Toro y con el mismo bote que me llevara a tierra regresé a bordo,
zarpando en seguida en busca del buque. Lo hallamos el mismo día bordeando en
Bahía Posesión. Habíamos izado en el trinquete las señales del código, que el
buque contestó poniendo proa al viento y a poco rato me hallé a su bordo. Jamás
tripulantes y pasajeros de un buque han ofrecido aspecto de más completa
estupefacción.
Creo oportuno
constatar que el gobierno de Chile tiene constantemente en el Estrecho de
Magallanes un buque a vapor cuyo comandante lleva instrucciones de fomentar en
lo posible todo lo que tienda a aumentar el conocimiento del territorio y el
desarrollo de su población, efectuando exploraciones, estudios hidrográficos y
prestando auxilio eficaz a los pobladores de la región. Por repetidas
veces, desde mi primera exploración, cuando no había posibilidad de conseguir
otros buques, este vapor me había prestado espontáneamente los servicios más
inapreciables, con el desinterés e hidalguía que honran tanto al gobierno a que
pertenecen, como a los ilustrados e intrépidos oficiales a cuyo mando se halla
confiado.
Por un lado
registra los intentos del comisario del lugar, el hermano de Popper, por alejar
a los que sin autorización buscan oro en el espacio de su concesión, y por otro
deja una crónica interesante de lo que era una cabalgata en invierno:
Era el mes de
julio, nevaba, un viento furioso arrastraba en el suelo escarchado una
corriente de nieve que formaba blancas cumbres en cada zarzal, en cada peñasco
y en cada protuberancia arrecida de terreno. Envueltos en grandes ponchos, la
caperuzas erguidas en punta y echadas hasta las narices azuladas, se veían las
barbas blancas y erizadas por el hálito congelado.
Llevábamos a la
rastra los caballos que, flaquísimos y derrengados con las constantes
excursiones invernales, movían penosamente sus cascos heridos por las ásperas
sinuosidades del terreno endurecido y resbalaban constantemente en la
superficie cristalizada de los charcos ocultos bajo la nieve. A cada paso
hacíamos alto para deshacer la carga de algún caballo caído, tal vez para jamás
levantarse. Las sogas que sujetaban dichas cargas apenas cedían cuando había
que atarlas, y ásperas, tensas, herían las manos ya hinchadas por los
sabañones, mientras la nieve que se acumulaba en las campanas de las botas, en
el cuello, en los bolsillos, se fundía por el calor del cuerpo y penetrando
hasta el cutis producía la sensación de quemaduras que luego helaban.
Julio Popper
dejó un registro periodístico de lo que era a su tiempo recorrer la Tierra del Fuego a caballo en la
temporada invernal.
Caía la noche
y acampar era imposible; las estacas de las carpas no penetraban en el suelo
congelado y a larga distancia no se veía ningún arbusto, ninguna mata para
encender fuego que en aquellas circunstancias significaba vida. Repentinamente
la dirección del viento cambia y llega del norte una llovizna fina, densa, penetrante,
que en pocas horas disuelve la nieve y nos deja de noche oscura en medio de
varias lagunas de agua.
Empapados y
temblando convulsivamente, esperamos en noche larguísima la luz del día y
seguimos viaje avivando el cuerpo por movimientos acelerados. Luego la
temperatura vuelve a bajar y la ropa mojada, los ponchos, todo se endurece y se
transforma en hielo.
Adelantamos
por la playa y a lo lejos, en el campo, notamos por él resplandor de la nieve
una agrupación que se movía. Luego se distinguen unos treinta caballos y al
rato detenemos una masa disforme que envuelta en trapos y restos de ponchos y
enlazada en jirones de frazadas de todos géneros se hallaba sentada al caballo
sujetando con su base un arma Winchester a la montura.
Son los
maniquís fabricados para impresionar por su número a los merodeadores,
imponiendo miedo y prudencia.
Julio Popper
debió construir espantajos de trapos sobre cabalgaduras para simular ante los
intrusos una fuerza de resguardo de su mina superior a los efectivos de los que
disponía.
Así logró
amilanar a doce chilenos que enviados por
Harry Rotemberg, pretendían operar en el área asignada para su
explotación por el gobierno argentino.
“Seguimos
viaje y nos embarcamos en el río Juárez Célman zarpando hacia el sur. Efectuamos
una exploración en el Estrecho de Le Maire y en la Bhía Aguirre.
Levantamos el croquis hidrográfico del puerto Español en cuyo
fondo descubrimos un río bastante caudaloso (aviso a los interesados).
Visitamos las islas Nueva y Picton y después de un mes de ausencia
desembarcamos de noche oscura en El Páramo y seguimos camino hacia las casas”.
Allí se
encontrarían con malas noticias…
Se hallaban en
el comedor de El Páramo, siete hombres de vigoroso aspecto cuyas caras tostadas
por el sol y cuyas facciones endurecidas, demostraban la costumbre de afrontar
los peligros. Eran todos hijos de la costa de Dalmacia y con ligera excepción,
hombre que desde muchos años me acompañaban en expediciones en que por
repetidas veces habíamos expuesto la vida unos por otros.
El que escribe
es Julio Popper, y lo hace luego de los enfrentamientos con intrusos en su
establecimiento minero.
Les hablaba y
me comprendían, dice:
“…Las penurias
y los peligros que habéis atravesado os han ennoblecido el alma y templado el
cuerpo! ¡jhabéis sido los primeros en romper el misterio en que se ocultaban
estas regiones! ¡Habéis disputado al salvaje una tierra virgen y habéis
demostrado ser dignos representantes del hombre civilizado!¡Las miserias des
miserias desaparecen y las riquezas se funden, pero firmes e inmutables
quedarán los hechos que os elevan, que enorgullece a vuestros padres y honrarán
a vuestros hijos, que os hacen dignos del País que os ha servido de cuna y
dignos de la tierra que habéis adoptado!¡Mirad aquella bandera que eleva
invencible el blanco de la justicia que guía vuestra armas y el azul de los
cielos que protegen vuestros pasos!¡Mirad el estandarte que, cual el sol las
tinieblas, repele las balas lanzadas por la villanía”
“Los
proyectiles de los forajidos jamás pegan de frente, vosotros la espalda no la
mostrareis!”
La región
comprendida entre río Cullen y el cabo Espíritu Santo se halla constituida por
unas tierras elevadas que terminan abruptamente en las barrancas de doscientos
pies de altura que bordean el Océano Atlántico.
Así comenzaba
Popper su descripción de Arroyo Beta:
Las quebradas
que desde el mar se notan en estas
barrancas son las desembocaduras de cañadas que, ramificándose en el interior,
corta la alta planicie en distintas direcciones. En la cuarta de estas
quebradas, contando desde el cabo hacia el sur, desemboca el arroyo Beta, que
por su proximidad a la frontera es el cuartel general de los bandidos que
llegan por la vía de Punta Arenas. Por más de diez veces en el curso de los
últimos dos años, este arroyo ha sido teatro de escenas tan diversas como
extraordinarias, tan dignas del pincel del artista como la pluma del escritor.
En el momento
que nos ocupa, cuatro campamentos se hallan fijados en la orilla izquierda del
arroyo.
Popper describe
el escenario de un combate, de un combate inminente.
En la playa se
veían hondas excavaciones en la tierra, en las que algunos hombres se hallaban
ocupados en juntar arenas negras.
La descripción
es de Julio Popper y habla de la realidad vivida en Arroyo Beta, En las carpas,
alrededor de las hogueras y a lo largo del arroyo, unos sesenta individuos
armados de Winchester ofrecían el aspecto original de una agrupación de
atorrantes, criminales y bandidos de casi todos los países, vestidos de harapos
algunos, descalzados otros, no había un solo individuo que ofreciera la más
lejana semejanza al otro. Gritaban, reían, gesticulaban, cuando de repente la
escena cambia.
El montón de
bribones se mueve cual nido agitado de víboras. Se oyen espantosos gritos de:
“Alerta. ¡Los cuyanos!” y aparecieron en la orilla opuesta del ar4royo las
siluetas de ocho soldados argentinos.
Popper
escribió en la prensa de Buenos Aires una relación de sus combates contra los
intrusos chilenos en sus arenas auríferas de Arroyo Beta.
Una descarga
desordenada de carabinas recibía inmediatamente la aparición inesperada.
-Desplegaos en
guerrilla-¡ Al suelo! Fuego! Carguen! –se oía otra vez por entre las
detonaciones.
-Ave María!...
Misericordia! –de este lado- Calen bayoneta! Avancen! –del otro.
Hsbían cesado
las detonaciones; los soldados se apoderaban del campamento, una legión de
forajidos, algunos de ellos, aunque heridos, corrían precipitadamente hacia la
frontera de Chile y arrodillados en el suelo se veían cuatro hombres con los
brazos abiertos en forma de cruz, los ojos salientes, las caras encendidas y
temblando todo el cuerpo , implorando perdón con gritos de: Ave María!.
Con el tiempo Popper será
censurado por otros combates, los sostenidos con los nativos, y las fotos tomadas
con estos muertos.
Julio Popper
alude a Julio Verne cuando escribe en El Diario de Buenos Aires una crónica
descriptiva de lo que le pasa en Tierra del Fuego bajo el título de EL DOCTOR
OX.
-Reclamo
15.000 pesos!
-Yo pido
20.000!
-Yo 30.000 y
son muy moderado! ¡A mi me atropellaron, me robaron en Territorio
chileno.¡tengo 72 testigos!¡Como chileno exijo una satisfacción completa,
contundente!¡Nuestro territorio ha sido violado por fuerzas argentinas!-
exclamaba el señor Fuhrmann (ex juez)
Y esto no es
más que el comienzo, casi novelado, de las protestas que se dieron en Punta
Arenas cuando Popper desalojó a los que intruseaban sus concesiones en el
Páramo, mientras que otros pensaban llevar el litigio a un nivel de
cancillerías.
En Punta
Arenas los merodeadores dispersados por Popper hacían cargos públicos sobre
como fueron tratados. Entendiendo, o haciendo entender que estaban entonces en
territorio chileno.
-¡A mi me han confiszirt un revólver riquísimo cadó de musiú Andriú, un Winchester y
una revólver bull dogg! Me han como
se dice ¡by God!, violato mis
caballos! –se expresaba el señor Rottemburg (alias capitán Harry) quien tenía
el talento de hacerse comprender en cinco idiomas a la vez.
-¡Recamo
todo!... ¡Todo…, al mismo Popper inclusive! –se oía una voz que salta por
ráfagas de un personaje de cortas talla y de rechoncha figura, que echaba vapor
por todos sus escapes.
-¿Y cómo lo
conseguiréis, doctor, como lo conseguiréis?
-¡Conseguiréis!
¿Cómo lo conseguiré? ¡Ahí, no tengáis cuidado! ¡Lo conseguiré o no me llamo
Venegas… ¡En mi botica aún hay alcohol…! ¡Un depósito…! ¡Abriré el robinete!.
Las masas se
hacían valientes en los reclamos frente al Ingeniero Rumano.
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