Tiempo de visitas.




A principio de los años setenta comenzamos a experimentar las sensaciones del  retorno a nuestro pueblo, saliendo de nuestra condición de estudiantes universitarios.

Las nostalgias acumuladas durante meses enfrentaban la realidad de contemplar nuestro lugar tan querido con algunas aristas diferentes a las esperadas.

Los amigos que no habían emprendido la aventura de salir a estudiar estaban ocupados en sus empleos y a nosotros nos sobraba tiempo.

Algunos ni siquiera estaban aquí puesto que habían emprendido vacaciones fuera de la isla, cuando nosotros tratábamos de situarnos de la misma manera en este lugar.

No teníamos en lo inmediato ganas de enfrascarnos en las lecturas pendientes en vista a futuros exámenes, y no todos teníamos trabajo para equilibrar las cuentas de la familia.

Tampoco era cosa de seguir viéndonos aquí entre los que nos encontrábamos de continuo allá lejos.

Por entonces un número creciente veníamos de La Plata, otro también importante de Capital Federal y un tercero, algo menor, de Córdoba.

Enero se alargaba y no todos disponíamos de automóviles en la familia para eternizar la vuelta del perro.

Las mujeres estaban más atadas a obligaciones de familia, en tanto que los hombres soltereábamos.

De pronto encarábamos visitas. Era cosa de dimensionar en que familia habían al menos tres jovencitas a las que se podía visitar. Se formadas dúos de aventureros que poco antes de las cinco de la tarde se acercaban con sus sonrisas más simpáticas hasta la casa donde se reunían las destinatarias.

En algunos casos la proximidad seducía con aromas de repostería y también se solía escuchar la música que gustaba entre las chicas, que no siempre era la misma que escuchábamos allá en el norte.

Se llegaba con cierta información sobre la familia a visitar, ocupaciones de padre y madre, y naturaleza de nuestras anfitrionas de las cuales en ciertos momentos se tenía cierta noticia sobre los intereses que podrían tener por alguno de nosotros.

Había que tratar de congeniar con la dueña de casa, y en muchos casos preparar un discurso sobre lo que hacíamos allá lejos.., muchas de estas madres eran curiosas como dama en peluquería.

No siempre decíamos todo lo que vivíamos en nuestros lugares de aprendizajes. Sabíamos que un tema difícil de asimilar por el sentimiento pueblerino era el ligado a la política.

La mentalidad local estaba cargada de ciertas dudas sobre para que serviría ir tan lejos, se pensaba que malgastábamos el dinero de la familia, y que mejor sería quedarnos aquí y trazarnos de inmediato un futuro.

Las chicas de nos recibían solían decirnos que las madres sembraban sospechas sobre nuestras intenciones.

En algunos casos la presencia de algunas hermanas se veía enriquecida con otras visitantes: primas generalmente, ahijadas de los dueños de casa, que venían por unos días aquí, para dar pie luego a la visita recíproca de las riograndense a esos destinos que nunca eran tan lejanos: Gallegos, Punta Arenas, Cómodoro..

En la casa se pensaba que nuestras visitas estaban dadas por ver las presencias foráneas, pero no siempre era así. Las chicas venidas de afuera esperaban que nosotros, muchachos un tanto más mayores, lograríamos cierta autorización para salir a caminar por el centro después de la merienda… Y esto no se prolongaba más que hasta el horario de la cena. A esa hora cada uno para su casa.

Por la sobremesa nocturna un encuentro con los amigos que trabajaban permitían propagandizar nuestras aproximaciones.

Formaba parte de nuestros diálogos en las diversas casas en presentar la posibilidad de estudiar en el norte como una situación no tan imposible desde lo material, para los ingresos que tenían nuestros hogares y los costos de vida en el norte del país.

Cuando llegábamos el fin de semana creíamos que se daría la posibilidad de encontrarnos en un baile, o en un asalto, con algunas de las chicas que habían sido nuestras amigas de lunes a viernes.

Pero entonces aparecían por el pueblo los petroleros, gente joven y con plata, que se constituían en el centro de atención de muchas de nuestras visitadas.., entonces alguien musitaba algún verso aprendido en los claustros.., como aquel que decía: ¡Poderoso caballero es don  dinero!

 La foto que subió a la red Ivonne Naveas, fue disparadora de estos recuerdos.



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