Pero entremos en el bar que decíamos, pues habíamos quedado en la puerta. En el interior, el humo y el chocar de vasos acompañan el rumor de una clientela heterogénea. En la gran ciudad serían un mundo exótico y fabuloso.
¡Buscadores de oro de la California legendaria! ¿Tramperos
de Arkansas arrancados a las novelas de Gustavo Aymard? ¿Cazadores de pieles de
Alaska? Simplemente trabajadores cara a una vida nueva que vinieron de los lugares
más lejanos del mundo. Como iban si a California y a los desiertos del Oeste,
como iban, si, mucho antes al Perú y a
la nueva España de las Indias. Tengo la voluntad por el espejismo y las
perspectivas de la tierra inédita.
El emigrante de las
tierras en formación es el de primera calidad. Difiere en su psicología del que
llega a las grandes urbes donde está todo hecho, como Buenos Aires y Nueva
York. O a las provincias ya en plena explotación. Los primeros son avanzadas, picada
en lo incierto y reja de arado. A ellos se debe la levadura de grandes ciudades
y naciones.
Estos de aquí, a la par que trabajan construyen o reconstruyen
sus vidas. El vehículo de entendimiento, la lengua, es una síntesis de la Babel
de todos los idiomas. En esa mesa, en torno a la ronda de coñac, hoy dos
italianos, un ruso, un alemán, un francés y un checo. Todos hablan un poco de todo y con un aglutinante
castellano se entienden en lo sustancial. Más allá, un corro de chilenos se “cura”
filosóficamente. Unos marineros juegan al billar y el ruido de las bolas como
de cráneo de marfil se sofoca con la charla en gran diapasón de unos italianos
que discuten sobre excelencias de Bolonia, Génova o Milán. Aquí está este
hamburgués de talla imponente, Jager Werner, es ingeniero industrial. Tiene la
patente de varios inventos. Entre ellos un motor maravilloso para los barcos.
-Cualquier barquito marcharía el doble de la velocidad
conocida. Desde Ushuaia a Buenos Aires, en un suspiro. Desde Ushuaia a…
Y su gesto parece indicar desde Ushuaia a la Luna.
Pero este y todos los inventores que le rodean han inventado
algo más inmediato y óptimo: impulsar un pueblo nuevo para los hombres
venideros.
En la misma mesa, Teobaldi, un joven animoso que regenteaba
en Bolonia la gran empresa industrial de su padre. Y que era artista
coreográfico. Es comisario ahora de la empresa italiana. Más allá un argentino
halaba de sus andanzas en el Congo Belga y un siciliano moreno como un
bucanero, de cuando le coronaron ras en una comarca de Etiopía. De la última
guerra, siendo actores la mayor parte, apenas si se escuchan algunas ligeras
referencias. El disco de los que lo perdieron todo está muy gastado, y no vale
la pena el de aquellos que no tenían nada que perder.
Eso sí, hombres que pelearon en distintas trincheras y en
distintas ideologías fraternizan aquí y se alzan de hombros por las fobias
pasadas, y la complicación de su finalidad. Un ánimo nuevo para la tierra
nueva.
Y no sólo ha llegado la gente de los países varios europeos,
, sino de las provincias argentinas y de Buenos Aires, donde se desconoce
Tierra del Fuego casi tanto como en Europa. En aquel grupo uno delos hombres de
la Babel escuchan atentamente a un cantor que porta capa lleva barba renegrida, como un don Juan
Tenorio refugiado en Ushuaia. Donde la escasez de damas haría ociosos el papel.
Es sólo un honrado tornero que se llama Castaño y prefiere unirse al impulso
fueguino y no ahogarse en los microómnibus de la capital porteña.
La animación no decrece y los recuerdos trenzan en un mapa
del mundo.
En la puerta suena el tartamudeo de un pequeño motor.
-El conde- Nos dicen. Es el conde Rossi, aristócrata de cepa
en la vida pasada: doctor en leyes señor de uno de los casillos más afamados en
su comarca. Ocupó puestos elevados y tuvo una hora de notoriedad y simpatía,
cuando con gran revuelo en los círculos sociales anunció su enlace con una
humilde muchacha del pueblo. Gran figura
del mundo que se vuelve patas arriba, y donde los fuertes saben olvidar el ayer. Con su
bicicleta de motor, el conde cumple dignamente, su nuevo cometido.
Aunque el cielo sigue claro,
la hora de descansar se percibe y cada cual se dispone a separarse de la
ronda de copas porque el trabajo empieza pronto al día siguiente, De pronto
sólo se habla de las tareas. Hay conciencia colectiva del salir adelante y construir. Es otra vez
América. América de nuevo, esperanza de los hombres. Poblándose por el sur, no
con los despojos de los bandazos de Europa, sino con los hombres emprendedores
que se vieron envueltos en el drama y tienen energía para recomenzar. América,
que todavía ofrece en una tierra virgen, vida y prosperidad por esfuerzo y
tesón.
Los epígrafes.
Tambo modelo con
ciento cincuenta vacas de pura raza holandoargentina, base de la futura
hacienda y de una industria de leche y crema, espléndida y rendidora.
Este rollizo, cuya
sección mide más de un metro, es un ejemplar elocuente de la riqueza forestal
de esta zona. El técnico Risler
contempla al gigante caído.
Siguen los italianos, trabajando.
Un antiguo director de diario en su patria, ahora capataz de segunda, nos
muestra uno de los zanjados.
El conde y doctor
Rossi. Se olvidaron los castillos y las recepciones, y ahora se trabaja aquí
para levantar algo que podrá valer más que un castillo.
Uno de los sistemas de
galpones ya levantados por los italianos llegados en el “Génova”. La celeridad
de los trabajadores peninsulares es sorprendente
Próxima entrega LA
COLONIA ITALIANA MÁS AUSTRAL.
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