Tuve que hacer una pausa en la escritura para referirme a estas dos bondades de la tierra: el ruibarbo y las papas.
Un día sin papas era en mi infancia como un día sin respirar. Papas
cocidas/hervidas, al horno, fritas, en puré, en puré con otras verduras, pastel
de papa, papas rellenas, bombas de papa –más ricas que las empanadas-, milcaos,
papas ralladas, con “cuero”, y hasta como decía la canción “con un poco, poco, poco de tomate”.
En casa mi padre tenía una suerte de sillón, armado con un asiento de
auto, y abajo un cajón donde se preservaba a las papas de la helada. Era como
si mi padre empollara este tubérculo. Pero su siembra siempre era un tanto
mezquina. Viniera del brote o la semillas las melgas estallaban con la planta y
sus flores, pero en algunos casos la producción se perdía por razones diversas.
Y es aquí donde aparecía “la maldición de
la papa”.
Se hablaba de mucha gente que había querido hacerse rica produciendo
papas en cantidad, pero en medio de la experiencia la naturaleza se ponía en
contra y se perdía lo que se había invertido. Aquí mismo, en Tierra del Fuego
cada tanto se hace referencia a una experiencia rural que cuando se pensó en
darle una producción en gran escala se frustró abruptamente. La maldición de la
papa pasaría por esto, si la siembras tu esfuerzo será devuelto con creces y
calmará tu hambre, pero si piensas en producirla para lucrar con la necesidad
ajena se volverá en tu contra. Ahí estaba, para mérito de los pobres, la
bendita papa.
Y ahora si, vamos a pensar en el dulce. Y el dulce será de ruibarbo.
Especie que pude ser ornamental si se la poda con esmero. En sus tallos rojos,
y también con sus verdes combinados, permite la elaboración de una mermelada
con abundante cantidad de azúcar. Las antiguas cocinas económicas dejaban
destilar dulces aromas para esta estación, con el lento calor de la leña; y más
tarde, cuando el gas arrebató nuestras vidas, con situaciones generosas como
para multiplicar la producción. Se hacía el dulce de ruibarbo para las
necesidades del año, y también para regalar.
En muchos casos se recibían encargues, y lo tradicional era pedir
azúcar y devolver sin costo la golosina. Porque el ruibarbo era eso: golosina,
y cuando éramos niños nos cruzábamos clandestinamente a la quinta del vecino y
comíamos los tallos de sus plantas, tallos que –no se porque- siempre
resultaban más sabrosos que los nuestros.
En imágenes: Papas de Patricia Cajal.
Mermelada de Ruibarbo de Esteban Rodríguez (Barba de ruibarbo)
(*) Recuperamos en el tiempo
esta conferenciada dada el viernes 18 de noviembre de 2011, en el hotel
atlántida, como parte4 de la CELEBRACION DE
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