De la parte zoológica damos un salto a las experiencias agrícolas en el
nivel doméstico.
Con ello nuestra relación con la quinta.
Me decía una vieja amiga que se llamaba quinta, porque la quinta parte
–al menos- del terreno debía destinarse a ese uso para abastecer las
necesidades del consumo. Me parece poco, la tierra aquí no es tan fecunda.
Lo primordial era pensar en el riego. O se tenía agua en abundancia, o
había que ver como se conseguía: piensen que en Río Grande recién hubo servicio
de OSN en 1954; antes primaba el pozo, el aguatero, la juntada pluvial. Después
durante muchos años la canilla comunitaria.
En mi barrio recuerdo a los Uribe y su rica lechuga, su enorme quinta,
y el Gocho, mi compañero en el secundario, que se llegaba hasta el grifo de
Obligado y Rivadavia –a
Había un calendario conocido con todos que especificaba el momento de
preparar la tierra, que con tiempo se degradaba haciéndonos pensar en abonarla,
cuando la siembra, y cuando la cosecha. Para
las fiestas de fin de año debían ser insustituibles de la ensalada fueguina: la
lechuga, con su rica variante morada y arrepollada, y las papas, nacidas a semilla o a brote.
Otros cultivos que prosperaban en esta tierra generosa para el que
decidía agacharse ante ella eran: los nabos en su variante bola de oro, las
zanahorias, que en el raleo dejaban los primeros brotes para hacer dulce,
acelga, perejil, habas, rabanitos, y las estrellas de la gastronomía eslava:
los repollos.
Tener repollos pasaba en la mayoría de los casos por comprar el
plantín, en el transplante del repollo estaba la garantía de su
enrepollamiento. El quintero conocedor iba identificando el nivel de desarrollo
de cada uno, y en muchos casos –entrado el invierno- partía con una barreta a
romper el tallo que lo unía aun al duro suelo congelado; era según consensos
generales la mejor época del repollo, la de los mas sabrosos, “con el frío se les va todo el ácido”.
Pero esta tarea descriptiva encierra una labor que no era nada fácil,
había que preparar el terreno, los almácigos; en algunos casos espantar las
aves golosas de semillas, retoños y hojas, y para ello se exigía la
construcción de espantapájaros, donde tenían lucimiento las cualidades
artesanales de las mujeres de la casa.
Los pájaros, simpáticos y dañinos.
El comisario Allen recordaba que algunos de ellos, como los gorriones,
tardaron en llegar, lo hicieron cuando trajeron semiarmadas las cabriadas de
los cuarteles en 1942.
Muchos que lo vieron de afuera recuerdan como se nos vendía la verdura en
las quintas: por bolsas, sin importar su peso, como se cortaban las raíces para
que algunas hojas siguieran creciendo, y como en otras se cuidaba que las
planta salieran con muy poca tierra, tierra que era tan difícil de conseguir.
No se hablaba del compost, pero la basura orgánica era destinada a
abonar la huerta hogareña.
Tener una quinta significaba hacer compromisos para la adquisición de
la semilla, con algún proveedor local, o con algún mayorista del norte. Mi
padre fue por año cliente de Diarce.
Junto a la huerta aparecía algún lugar para que creciera la planta de
yerba buena, el sauce, el apio silvestre fueguino de mentadas propiedades
afrodisíacas que mejoraba cualquier sopa grasosa.
Y por supuesto el ruibarbo (FOTO).
(*) Recuperamos en el tiempo
esta conferenciada dada el viernes 18 de noviembre de 2011, en el hotel
atlántida, como parte4 de la CELEBRACION DE
DE PAUL EN RIO
GRANDE
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