Pacheco es el último ona. Pertenece al grupo aquel descripto prolijamente por Nelly Penazzo en el último número de la revista Impactos. Pacheco vive desde hace muchos años en Santa Cruz. Probablemente muera allí. Todos los intentos que se han hecho para traerlo han fracasado,. Incluso el acercamiento de su paisano Don Segundo Arteaga. Él cree que si vuelve aquí se le despierta el mal y se muere. Lo suyo me hace recordar aquello de la “teoría del bichito”. La sustentaba mucha gente vieja de estos lados, si una viaja a otro lado –sobre todo si hace calor- se te despierta una enfermedad fatal. Vaya a saber que hay de cierto. Lo real es que mucha gente viajaba al norte cuando ya se evidenciaba un cáncer, o algo por el estilo, enfermedad que no se divulga, que se teme hasta nombrar; allí venía el examen, el te abren y te cierran, y el regreso definitivo.
También está aquello de: vaca que cambia de
querencia se atrasa en la parición, pero eso lo dejamos para una próxima
oportunidad.
Nuestros Rastros por el cual el lunes 20 de
enero abordamos el tema de la medicina popular generó tantos comentarios entre
los lectores, que entre los recuerdos y los experimentos ingresamos a una
segunda nota sobre el particular.
Poco, yo diría nada de aquello que formó parte
del mundo medicinal de los selknam se incorporó a las prácticas y creencias del
fueguino de hoy. De su herboristería se ha estudiado prolijamente el tema. El
Doctor Martínez Crovetto estuvo años atrás comisionado por el Centro Histórico
Documental, en un mano a mano con Nelly, identificando especies, del chamanisno
hay letra en los trabajos de Anne Chapman, junto a la última médica Lola
Kiepja.
Casi todo lo que hay de popular en la práctica
médica doméstica en Río grande es producto del hombre blanco.
Existen algunas terapias que corresponden a
una lógica funcional ente la ingesta de un medicamento y el resultado esperado,
pero también existen situaciones creadas que, sin responder a lógica alguna
prometen curaciones o profilaxis:
Remedio para ñatos, friccionarse en un solo
sentido la nariz de arriba a bajo repitiendo por las noches de cuarto creciente
un número indeterminado de veces la letanía: “lunita, lunita, dame más
naricita”. Aplicable a niños y púberes, y a otras partes de la anatomía.
Evitando calambres he aquí la solución: se
dejan bajo la cama los zapatos que se usan al día siguiente, uno con una punta
en un sentido y el otro en el otro.
¿Dientes destemplados? Un cuchillo dejado la
noche anterior afuera, al llegar la mañana se lo muerde. Hay quien le agrega
jaculatorias diversas.
Eterna prevención contra el dolor de muela: al
lavarse la cara no usar toalla, esperar que se seque sola.
La base empírica está ligada a distintos
vegetales de esos que se consiguen en campos y huertas: imaginando que un
caudal de tradiciones se incorporó de otros lugares, más que del ejercicio
continuo en búsqueda de soluciones con las especies del lugar.
Para cortar la diarrea: un caldo de menta con
azúcar quemado. En busca de un diurético la solución aparece con semillas de
zanahoria. Para el hígado y sus problemas buena es la acelga.
Vista la cosa desde el campo, la sarna se
combatía con los siguientes recursos realizando una infusión con hojas de
canelo para lo cual se encargaban a la costa del Beagle, o bien se hacía una
loción con tabaco en la época que se compraba suelto para pipa o para armar.
El cigarrillo frotándose en la parte dolorida
saca el aire, igual que las barritas de azufre. ¿Saben cuántas rompí yo una
vez?
Tenemos en la familia una fórmula para hacer
un jarabe de ajos, que reúne junto a sus tradicionales efectos atielmíticos
otras propiedades insospechadas. ¡Y el apio! Este sí de propiedades
sospechadas: picado en la sopa perdura en el amor.
Para las fiebres estomacales –hay casi hasta
una nomenclatura propia de males- una cucharada de aceite y una naranja cada
mañana. Pero, ¡guarda con la naranja!: que a la mañana es oro, a la tarde es
plata, pero a la noche mata...
El limón se le contrapone.¿Qué no cura? En el
libro de Juan Sabino Andrade se demuestra a qué extremo llegó la confianza del
hombre en su jugo. Mientras tanto el hábito sano indica que debe acompañar el
té matutino, y su cáscara depositada sobre la plancha de la estufa perfumar lentamente el amanecer.
Para muchas dolencias la sabiduría popular no
encontró respuestas. Un dolor de muelas servía para probar hasta el ácido de la
batería en el agujero de la carie, o volviendo al canelo: preparar la infusión
que se dice buena también para las viseras.
La medicina popular ha estado siempre cerca de
la cocina, y la mujer ha sido la responsable en Tierra del Fuego de ejercerla y
perpetuarla en no pocas seguidoras de la simple y benefactora papa. Se prepara
una infusión de carácter diurética y hepatoprotectora. Pero no debe hacerse con
la cáscara que cuando es hervida sin pelar forma un caldo que se considera
tóxico. En puré es ingrediente para una cataplasma que alivia los dolores de
las quemaduras y repara la piel dañada, Cortadas en rodajas y puestas sobre la
frente “chupan” los dolores de cabeza, lo mismo ocurre según otros depositadas
sobre los ojos. Una media papa presionando sobre un chichón reduce su tamaño,
pero el dolor ¡ni le cuento!
Las algas de la costa fueguina fueron
utilizadas para aliviar las molestias de los que, pro problemas en la sangre,
tenían erupciones cutáneas. En tanto que el comedor de cochayuyo sabía que
nunca padecería el bocio. Claro que para esto último se acostumbró a beber de
mañana el Yodo Lugol en un vaso de agua.
Del tomate en cualquiera de sus formas
comerciales –aquí primaba la conserva- venían emplastos apropiados para la
inflamación de ojos y las hemorroides, toda forma de irritación en mucosas y
las quemaduras.
Con la achicoria, planta importada, plaga de
pequeños soles en primavera, se elabora un vino que ya ha tenido su espacio en
la literatura universal contemporánea, pero su raíz sirvió –tostada y molida-
como un sustituto del café y quien lo hizo descubrió propiedades que exceden la
felicidad de sacarse el gusto.
El tallo del sauce provee de una sustancia
blanca que luego es utilizada para bajar fiebres. Pero si estas se desarrollan
en medio de una gripe yo la transpiro con un cóctel de manzana rallada , leche
caliente y coñac y todas las frazadas de la casa encima mío.
Los problemas de presión llaman al alpiste, su
agua pero –además- hay que cuidarse en las comidas y la sal. Una terapia más
liviana dice que el vino tinto la sube y el vino blanco la baja, el problema
siempre es el hasta dónde.
De las plantas ornamentales ha salido alguna
cura: la parrilla proporciona con sus hojas una pomada para las erupciones
cutáneas, y el pensamiento, la yerba –no la flor- una buena contra la costra
láctea.
El invierno y sus dolores de huesos se
atendían con ladrillos refractarios en la cama, o arena calentada durante el
día en cacharperitos de lona. Una plancha metálica fría, dejada afuera, eran el
el soporte para cortar el calambre, más populares aquí que el corcho mordido.
No faltan los remedios recomendados a otro que
llaman más a la burla que a la cura, como eso de colocarse enjundia de gallina
en la cabeza para estimular la pilosidad muerta. ¡no hubo a quien le creció,
pero cuántos pasaron la hedionda experiencia!
De niño me enviaban a buscar bosta de caballo
con la que se preparaba un brebaje que era lo único que le permitía orinar a
una abuelita postrada largo tiempo en cama. Todavía no había aparecido la
bolsita de nylon, así que yo andaba tras los rastros que dejaba el carro
lechero del Batallón, o el de Pinuca, todo por eso de la buena acción que te
pedían en catecismo, y por la merienda con torta que me daban de premio
mientras hervía en el patio la materia prima que yo recogía... ¡con el palillo
del trineo!
Podrá haber profesionales de la medicina que
condenen estas prácticas, pero la gran mayoría están en el ayer, no se han
trasladado a los hijos que las experimentaron en carne propia, siendo todo esto
muestra de la enorme confianza en sí mismo que ha tenido en si mismo nuestro
pueblo.
Todo esto conforma una suerte de
automedicación que, por urgencia, comodidad o eficacia ejerció nuestra gente en
su laboral desarrollo. Pero además estaban los curanderos. De ellos
escribiremos un día de estos, mientras tanto ya me tomo mi tesito de tilo.
El frasco de farmacia de Jarabe de Goma pertenece a la
colección del Ingeniero Horacio Pico, hijo de un farmacéutico que se instaló
con su actividad en Bragado.
Comentario adicional:Para los que no nos vienen siguiente: estos relatos fueron publicados inicialmente en 1992 y se ha mantenido la mirada circunstancial. Digamos por ejemplo: Pacheco volvió.
No hay comentarios:
Publicar un comentario