TESTIMONIOS PERIODÍSTICOS. Verónica De María.

 


Los días previos a la carrera de la Hermandad del año 1989 me recibían en Río Grande. Tierra del Fuego  se desencadenó como destino por la crisis económica, política y social que cubrió el final del mandato de Alfonsín y la anticipada asunción de Carlos Menem a la presidencia.

En la ciudad había un solo periódico, Tiempo Fueguino, con dos o tres ediciones semanales que se cumplían de manera irregular. La publicación dependía del stock de papel,  de las chapas necesarias para su impresión y de vaya a saber una cuántos imponderables más que nunca se explicaban a los redactores.

Con alguna experiencia en radio y entrenamiento en taller de periodismo, repartí un mínimo curriculum en radio Nacional, en la cinco FM instaladas y en el diario.

Sobre fines de ese mismo año, el locutor Wilmar Caballero me invitó a acompañarlo en un programa en la radio que pertenecía al dirigente radical Juan Carlos García, propietario también del diario Tiempo Fueguino.

La vida de los programas radiales terminaba cuando comenzaban las vacaciones de verano, de tal modo que ese debut fue casi una despedida que me permitió continuar trabajando en la redacción del diario.

Periodísticamente intentaba conducirme el joven Edgardo Welsch de Bairos –quien firmaba los editoriales como Matías B. y que en poco tiempo quedó como dueño del medio gráfico- y comercialmente intentaba condicionarme otro joven, Alberto Centurión, a la postre dueño de otro diario, Provincia 23.

La redacción era un ambiente de unos 20 metros cuadrados con cinco escritorios ocupados por la Jefa de Redacción, Edit Pouso, el redactor de policiales Manuel Pichuncheo, los responsables de deportes –una de las secciones más importantes del periódico- y dos redactoras más que cubríamos notas menores, sin contenido comprometedor o respondíamos a los pedidos de la conducción del diario.

El cierre del diario debía hacerse a las seis de la tarde. Era la hora de entrega del material a las tipiadoras, para su impresión, corrección y compaginación. Cerca de la medianoche se lograba la famosa chapa que al día siguiente sería el diario. 

Una comunicación con Ushuaia que permitiera tener información de Casa de Gobierno resultaba de altísimo valor para darle sentido territorial a la edición.

El diario tuvo salida los martes, los jueves y los sábados. La escasez de papel convirtió su periodicidad en otras opciones como miércoles y domingos. En definitiva era el único diario y el pueblo sabía que podía haber cambios sin previo aviso.

En marzo volvía a la vida la radio, ubicada en el mismo piso: una cabina de locución revestida con hueveras de cartón y una pecera con consola y cassettes a mano para pasar las publicidades con habilidad por los operadores de turno. Ya no conducía Wilmar Caballero las mañanas.

Duré un poco más de medio año en Tiempo Fueguino. No era fácil comprender los criterios periodísticos que se aplicaban o se perseguían. Durante el primer semestre de 1990 anunció su visita a Tierra del Fuego el general Antonio Bussi que había creado Fuerza Republicana, su partido político.  El responsable de ese espacio en Río Grande visitó con frecuencia la redacción y el despacho del director.

Periodistas de Ushuaia, a quienes yo no conocía, repudiaron la visita y anunciaron que no le harían notas ni reportajes. Yo adherí. No dejó de ser una decisión aislada y no acompañada por la redacción que, obviamente, no estaba sindicalizada.

Opté por despedirme de Tiempo Fueguino. Y creo que nos hicimos un favor mutuamente.

La suerte hizo que inmediatamente pasara a trabajar en radio, junto a Enrique Bischof, un locutor de Radio Nacional que hacía un programa en Del Pueblo por la tarde.

Una tarde exitosa, después de una mañana polémica conducida por Carlos Muzón y que continuaban programas gremiales, de acertijos musicales, informativos y deportes. En 1992 recibo la oferta de pasar a formar parte del staff de un nuevo diario, se llamaría El Sureño, creado por Oscar Gonzáles y Hugo Fayanás. Junio fue el comienzo de otro gráfico más en la ciudad, que puso un poco de alivio a tanta discrecionalidad.

Pero ésta es otra historia.

 

 

 

 

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