Uno recibe esta novela con la mejor presentación, los libros de su autoría que ya hemos leído antes. El ritmo trepidante de sus escritos ambientados en nuestro lugar, en situaciones más o menos conocidas.
Para este caso el protagonista cobró identidad en el terreno de los
rumores, cuando en los días aquellos poco podían hacer los medios para
mantenernos al tango de lo que pasaba. O corrijo: poco hacíamos desde los
medios..
Yo vinculé siempre este hecho a otra situación que tuvo por
protagonista a un alumno mío del secundario: desapareció, no se sabía nada de
él, y un día para tranquilidad nuestra apareció en la casa de la abuela en
Misiones. ¿Cómo había conseguido llegar hasta allí superando los controles
propios de la época tango en Chile como en Argentina? Tal vez eso podría ser
materia para un próximo escrito.
El presente nos llegó redivivo cuando Carlos Zampatti, desde un espacio
periodístico adelantó lo que vendría después, producto de un trabajo minucioso.
León Medina tiene el hablar pausado. Sus palabras le salen acompasadamente;
saboreadas más que masticadas. Es enfático. Sabe narrar y mantener el suspenso
de quien escucha. Tiene un buen léxico. Pero no es esto lo que me acercó a él,
sino su historia. La historia de una fuga que dio mucho que hablar cuando, hace
ya veintiocho años, tuvo en jaque a las fuerzas policiales y militares que se
movilizaron para su inútil captura durante los veintiún días que duró.
Su físico no parece condecir con la historia que está contando. Uno jamás se
imaginaría a este hombre llevando a cabo la proeza de tal fuga, quizás la más
relevante de cuantas se hayan producido en Tierra del Fuego, por más que no
posea la rutilancia de las de Radowitzky, Cámpora, Jorge Antonio o Patricio
Kelly. Una historia que, sin embargo, fue ganándole el olvido, y ya era hora
que saliera a la luz.
Hacía tiempo que quería rescatarla; desde las épocas en que León era el
encuadernador de
Hay 21 días en los cuales, en lo
particular, algunos sabíamos cómo habían terminado, pero como ocurre ante cada
viaje lo importante no es adonde se llega, sino el camino.
León Medina vivía en Río Grande en el año
1976, cuando tuvo un problema con una joven que trabajaba de doméstica en su
casa. Poca cosa. Pero como la muchacha andaba de amores con alguien de la
comisaría, resultó que por un quítame esas pajas León terminó en un calabozo.
Y de ese calabozo a otro, a las circunstancias
judiciales, siempre lentas. A los malos tratos, a su necesidad de salir de
aquí. ¿Cómo hacerlo en una fortaleza inexpugnable como era la Ushuaia de
siempre?
El preparó para andar, con un compañero que quedó en el
camino.
Medina era un infante de marina. Estaba preparado para
caminar. Para supervivir.
Por estos días la historia de León ha sido más
conversada, entre los que habían estado cerca de ella, pero siempre en la
confiabilidad de que estábamos hablando de algo secreto; algo que tal vez nunca
imaginábamos que iba a ser revelado.
Allí, en Ushuaia estaban alojados delincuentes comunes,
presos políticos, gente que había sido llevada de Río Grande, y alguno que
poesía libros inadecuados que habían llevado en un destino antártico.
De allí el personaje salió.
Conté las páginas de la novela, y me sentí tentado a ir
leyéndola en el día a día de la narración–aunque sea intercalándola con otras
cosas- pero el impulso fue irresistible, no podía esperar: y corrí sobre la
travesía de sur a norte, de este a oeste, y aunque presintiendo el final,
esperaba una sorpresa. Y hubo más de una.
Una fuga, una persecución, genera necesariamente una
circunstancia épica, cinematográfica, de súper acción. Y yo fui escapando con
él, con León y por Carlos. Con Medina y Zampatti.
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