MEMORIAS DEL UN CARTERO FUEGUINO DEL TERCER MILENIO. Un escrito de Alejandro Pinto.

ENFRENTAMIENTO CONUN DOGO..

Cada vez que llevaba correspondencia a esa casa pensaba lo mismo: "algún día se va a zafar". 

Siempre estuvo atado y adentro del patio con rejas. Pero ni la soga que lo sujetana, ni el enrejado se veían nada seguro. Dab miedo verlo sacudirse de un lado a otro tironenado y ladrando con furia, asomando de vez en en vez su hocido por un surco  que él mismo había cabado al ras de la tierras.

"Algún día se va a zafar". 



Hoy al fin ocurrió. Cuando dejé el sobre en el buzón escuché el sonido seco de la soga cortándose y que súbitamente había dejado de ladrar. Cuando lo miré corrió hasta un espacio libre que había a un costado del pilar de luz.

Él sabía muy bien que por ahí podía escapar. Enseguida me posicioné de frente por donde vendría. Salió y se acercó directamente a atacar. Controlar el cuerpo y la mente bajo tanta presión es casi imposible. Como la vez pasada con el Pitbull, atiné a defenderme con lo único que tenía a mano, mi planillero de plástico.

Por suerte cuando tiró el mordisco pude acertar con el planillero entre sus dientes y se detuvo. Al morderlo lo sacudió con fuerza arrancándomelo de las manos. Comencé a gritarle con furia para intentar intimidarlo y cuando retrocedió un paso yo avancé otro y pude tomar el control.

Finalmente empezó a tener miedo él, sin dejar de ladrar furioso. Pero ya había retrocedido y yo recuperado algo de control sobre mí.

Saqué un fierro de un conteiner para terminar de amedrentarlo y se fue. Esperé cerca de quince minutos afuera de la casa, golpeando la reja con el fierro hasta que la dueña se dignó a salir y pude explicarle lo que había pasado, por supuesto que exasperado y algo nervioso, pero sin insultos de por medio.


Otros quince minutos después pasaron, frente a esa misma casa, y sin exagerar, un mínimo de cuatro a seis niños muy pequeños de la mano de sus padres que recién salían de una escuelita a una cuadra del lugar.

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