2 de octubre de 1968 La bandera argentina vuelve a flamear en Puerto Cook




 

La plana se nos muestra al pie del mátil letntado en 1967 en Puerto Cook, isla de los Estados por tripulantes del Aviso ARA Yamana, atestiguado por una expedición que añ año siguiente visita esa apartada región fueguina.


El estado de las instalaciones muestran los estragos del tiempo, pero allí comenzó a flamear la insignica nacional.


Allí se da cuenta del hecho cremonial protagonizado por Juan Martínez Trotti, Carlos Loncharich, y el mismo Otero. Que llegaron al lugar en la fragata ARA 35 Azopardo. La foto fue identificada días después -el 20- cuando revelaron el rollo en Ushuaia.

De Manolo Otero se recuerda el siguiente pensamiento: Ante un naufragio inminente, en que entrega su suerte a Dios es el primero en ahogarse.




 



HOJA DE VIDA: Un fogonero llamado José.

 



Llegó con tan solo 17 años luego de terminar la esquila en Estancia San Sebastián donde se lo había empleado como peón recorredor. De sus salarios salió el dinero para comprarse un caballo con su recado, y en compañía de un compañero del que con el tiempo fue olvidando el nombre, emprendió los dos días de travesía que lo dejaron en el frigorífico de Río Grande.

Lo emplearon rápidamente en una tarea que no había realizado nunca: debía alimentar con carbón a las cuatro calderas con que funcionaba el establecimiento de la Compañía Frigorífica Argentina.

El combustible, carbón de Cardiff, llegaba regularmente en barco en forma anticipada a la fecha de faena de la fábrica que por entonces tenía 20 años de trabajo en la desembocadura sur de nuestro río.

En una jornada de trabajo debía palear entre 40 y 60 bolsas de carbón, primero alimentando dos calderas, y después –para no forzar su funcionamiento- las otras dos.

Cobraría por mes 120$, y se daba por bien pagado. Pero el mes tenía 31 días, y no había horas extras. Su primer año fue de febrero a abril, cuando terminaba la matanza. Entonces lo dejaron libre y pudo volver a Chile, el caballo pastó en todo aquel tiempo en el campo de los particulares junto a otros animales en la misma situación, parte de sus tareas del día era visitar, ver si se reponía de las durezas del camino, y a transmitirle afecto.

Andaba por ahí Mirko Milosevic, que era el capataz de patio, y a veces lo retaba viéndolo tan chico entreverado en tareas muy duras.

Pero había otro jefe, un ingeniero de máquinas llamado Dany López, que no lo dejaba tranquilo teniéndolo de petiso de los mandados.

José se quejó. Y lo reconvinieron al mandón. En algún momento pensó que eso podría parecer un atrevimiento, y con ello le vendría el castigo que no era otro que darle las cuentas. Pero eso fue solo una anécdota para recordar, cuando se hizo respetar.

De regreso pasó a ver a sus dos tíos, a los que ubicó del lado del pueblo, se llamaban Manuel y Francisco Uribe, les dio un alegrón con su sola presencia, de entraron a ver parecidos, y cuando se ofreció para llevar algún encargo para su pueblo, se rieron: -¡No vas a llevar nada! Pero vas a traernos algo. Recién se dio cuenta que con lo ganado en San Sebastián y aquí durante medio año podría vivir bien el otro medio en su país, si quisiera sin hacer nada.

Los tíos habían llegado hacía un tiempo aquí, y como comieron calafate si se fueron volvieron. Francisco Uribe Cárdenas falleció en el 59, el ya estaba instalado en el pueblo, trabajando para Instalaciones Fijas Navales, y pudo acompañarlo en el duro trance de la despedida.

Pero para eso el fogonero siguió un tiempo en lo suyo pero rara vez llegaba hasta Chiloé, lo atrapaba Punta Arenas –la gran ciudad- donde trabajó como fotógrafo de plaza-, y así conoció a María que había enviudado y volvió con la familia echa alojándose en un ranchito que hoy estaría situado en el dentro de la manzana de las monjas.

Pero daría para otros escritos.

El fogonero se llamaba José Ruperto Alvarado Uribe, y se la pasó construyendo en el terreno de cincuenta por cincuenta que haciendo esquina entre Rivadavia y Moyano lo mostraba como un hombre infatigable.

Como la mayor parte de la población recibió un sobrenombre: Tres muelles, y no sé por qué. N se enojaba por eso. Cuando tuvo su bar, el Rex, en realidad era el de Tres Muelles.

Yo fui compañero en la escuela de su hijo menor, que fue mozo, y músico, y le llamaban Palito.

 

En la foto: Don José y Doña María, en la foto. Ella era mayor que él. Es un detalle: mirenlos también en el cuadro pintado que se aprecia en la pared. Vino un fotógrafo y le encargaron trabajos de todas partes, y los enviaron por correo, y todo el pueblo tenía el mismo traje, la misma blusa, el mismo peinado y la misma medallita.

HOJA DE VIDA: NORITA OTEY: Una huelga y un pingüino.

 



He vuelto a escuchar la entrevista que le hiciera a la señora de Canales el 20 de julio de 1994. Me he convertido satisfactoriamente en oyente de mí mismo y escucho de 21 a 22 aquellos protagonistas o testigos del ayer que me contaban sus cosas, nuestras cosas,

Nora Otey de Canales llegó siendo niña a Río Grande en 1938. Creció en la casa de la telefónica, esa que hace poco se identificaba como Castillo del Puerto, y fue a la escuela 2 cuando funcionaba en la actual intendencia.

Aprendió domésticamente el funcionamiento de la central telefónica, cuando la consola tenía 20 fichas, clavijas, switch.

Así que todo eso fue su trabajo, por el qué dos años más tarde, hecha ya una mujer hecha y derecha le tocó ser testigo de una acontecimiento del cual no me trajeron noticias otros antes.

Me he valido de esa memoria para solicitar la ayuda de la IA, y así ilustrar esta evocación.

Los operarios del frigorífico estaban disconformes. La comida era mala. Estos episodios laborales centrados en la mala alimentación habían motivado muchos años atrás la protesta de “mucha carne y papa ná (nada de papas)” que siempre recordamos risueñamente.

Norita estaba haciendo su reemplazo en la central del Frigorífico, que un día terminaría por quemarse, y allí Blanca Barría tenía un pingüino guacho al que alimentaba con las sobras de la cocina del establecimiento.



Los obreros paralizaron sus actividades. La administración pidió ayuda de la fuerza pública. La presencia policial incrementó los problemas. Al rato se reclamó presencia militar. Las soluciones fueron drásticas: como la mayoría de los manifestantes eran chilenos se procedió a subirlos a camiones y llevarlos a la frontera, sin más trámite. Esperando actitudes más dóciles por parte de los entrerrianos que conformaban el selecto grupo de los mejores carniceros.

Pero entonces hubo un hecho curioso que cambió el destino de esta historia. El pingüino de doña Blanca fue llevado a almorzar y no quiso comer, indudablemente la alimentación estaba tan más preparada que ni el silvestre y siempre hambreado pájaro la podía aceptar.



Esta novedad parecía un chiste pero era real. Fue entonces que se le pidió opinión al capataz sobre esta situación, y así hizo Mirco, que ni bien probó el alimento torció la calle en un gesto.

Al rato hubo de dar marcha atrás en algunas decisiones y tomar otra solución drástica: despedir al equipo de cocina.

El marcha atrás fue conseguir que los desterrados en su tierra accedieran a volver a trabajar. Se dice que se plantaron en la frontera, y enviaron a una comitiva de cuatro operarios los que se sentaron a la mesa donde estaba lo que habían preparado el cocinero de la Casa Administración, y sus mozos siempre elegantes.

Hubo consentimiento que si iban a seguir comiendo de esa manera podrían volver a la faena.

Pero antes de partir los camiones del retorno, hubo que hacer una consulta al pingüino…



Esta historia continuará.


La foto con Norita es del 7 de agosto de 2015 en Radio Nacional. Las restantes imágnes me las proporcionó mi celular. Las figuras aparecen como achinados.

LOS PUENTES DE LA MEMORIA.36.“De como ha venido a falta un cielo de bronce que compita con el viento”.


Despierto con la imprecisa sensación de que hoy es domingo. Y lo es.

 

En la quietud de mi barrio, cuando el reloj me indica que faltan quince minutos para las diez, se percibe como innegable la jornada de descanso.

 

¿Saben cómo se llama mi barrio? Mi barrio se llama La Vega. Aunque la verdad ya no le quieren llamar así. La Vega era, esos recuerdan algunos, por que era eso... una enorme vega que partía de la calle Alberdi hasta el confín.  Aunque –según otros- copiaba el nombre de la población santiaguina que albergaba personajes tan picantes como los nuestros. La Vega sirvió de nombre hasta que se la saneó –tiempos de Nogar, fin del capítulo- después nos creímos más importantes. Hubo una vega  baja del Belgrano hasta el río, y otra alta más allá del Centro Deportivo. Hubo un club efímero con su nombre. Y una junta vecinal que unió a los más carenciados de Bilbao para allá, gente que afligidos tiempos de Consultas Populares, en un afán oficialista dio lugar al nombre de “25 de noviembre”. Pero no voy a hablar de mi barrio: estoy en mi barrio, el sin nombre, el sin campanas.

 

Es verano y en el aire, falto del viento fulgoroso de septiembre, trasuntan los ruidos de la ciudad latente: un auto que muy a lo lejos aúlla aceleraciones de un mecánico fortuito, y el cachorro que aletea ladridos, que son respuestas a un niño que es su amo y que ya juega por la vereda desierta.

 

Faltan de otro tiempo los sonidos particulares de una mañana calma. El ronronear del motor de la usina de Martínez, cuando esta se situaba en el centro de la ciudad y su gruñir se extendía hasta los confines del entonces pueblo; y la infaltable campana que ese domingo tendría que haber alertado a las madres -¡faltan quince minutos para la misa de diez!- la misa de los niños.

 

En la capilla de La Candelaria, el Padre Zink se habría prendido de ella y la habaría hecho cantar tantas veces como puntos tendría River en el certamen oficial. Tal vez su manipulación se habría constituido en aquel premio para alguno de los pibes que –sin ser monaguillo- aspiraba al circunstancial rango de sacristán.

 

Fue por otros años, cuando se nos acercó a Río Grande el Padre Prieto Fernández, que una monumental campana llenó de orgullo a los feligreses de entonces. Nadie advertía que estaba rajada y su inscripción latina indescifrable para tantos le daba un aura de reliquia y santidad.

 

Sin campanario en la parroquia se la levantó sobre una estructura de caños de más de ocho metros en la esquina del patio del colegio. Allí corría un segundo acólito que –generalmente con el sobrepelliz puesto- acompañaba con grave y acompasado sonido un ritmo de badajo que contrariaba a la cantarina voz de las dos campanas que se asomaban en lo alto del templo.

 

Límites de la ciudad eran desbordados por su canto y nosotros apurábamos los pasos para tratar, en todos los casos, de llegar a tiempo y firmar la asistencia –aun en esos días de vacaciones- ese pequeño cartoncito que al final nunca nos pedirían al retornar a los libros.

 

El ritual de las diez se preanunciaba a las nueve, y encontraba a las once el epígono de una mañana que nos tenía a los jóvenes de pie. Hasta que en la tarde, precipitando el crepúsculo, imponía con metálico sonido una advertencia que conseguía restar público a la futbolera barra del Club San Martín.

 

Un día que pasó inadvertido, quien sabe al amparo de los vientos de la primavera, se cayó la campana. Y otro más reciente silenció quebrando una soga, la cantarina voz de los pequeños bronces de la parroquia.

 

Cada tanto vienen a mi los recuerdos de algún imaginativo catequista que aseguraba la existencia de campanas construidas con cañones en tributo a la paz, y de un maestro que habló de campanas fundidas por las guerras de la fe. A veces después de alguna película de sangre y espadas, la sentimos, y se integraba a nuestro pensamiento el tañido de la pólvora.

 

Ha pasado ya mucho tiempo entre mi hoy y estos recuerdos.

La Parroquia del Carmen nació el ’76 sin campanas.

La Sagrada Familia consiguió las suyas, pero confieso: nunca conseguí oírlas.

La capillita de Chacra adolece de futuro.

La iglesia mayor que se levantó en Fagnano y Alberdi está esperando las suyas. Más de un despertar de domingo me llevará de vuelta al territorio abismal de mi infancia, cuando con Dios era todo más fácil.

 

Entonces, más por nostalgia que por la Providencia prometo volver a mi pueblo con campanas.  

 

Primavera de 1994.

 

TESTIMONIOS PERIODISTICOS: Enrique Bischof.

 


Por estos días en nuestra presentación que titulamos por Facebook como Del periodismo fueguino, de portada y nota principal de la revista Noticias, le hemos solicitado a su impulsor –Enrique Bischof- de algunos recuerdos, como que el redactó de la siguiente manera:

 

No sé si alguna vez me lo preguntaron, pero si tengo que destacar alguna virtud de mi labor como periodista, destaco dos: en primer lugar, la habilidad para tomar una información y transformarla en noticia y, por otra parte, el oficio de utilizar la fórmula de la entrevista o el reportaje para que el ida y vuelta con los entrevistados resulte atractivo, permita sacar conclusiones y genere opinión. Recursos que, sin falsa modestia, supe explotar muy bien.

Me tomo la licencia de hablar en primera persona y comenzar con un autoelogio no por egocéntrico sino como un implícito reconocimiento a aquellos que -quizás sin saberlo- modelaron mi ejercicio periodístico. En esa lista debería incluir a afamados profesionales a quienes en la mayoría de los casos no tuve la oportunidad de conocer personalmente y también a colegas cercanos con los que compartí el mismo espacio de trabajo, especialmente en Radio Nacional donde sobresale -sin duda alguna- la figura de Oscar Domingo Gutierrez.

Trabajé en el periodismo radial durante la mayor parte de mi actividad, pero también incursioné en televisión y en el periodismo escrito.

 Fui emprendedor (sería pretensioso decir empresario) de un medio propio: la revista Presencia, un mensuario que surgió a fines de los años ´70 como una iniciativa personal a la que luego se sumó Olga Gonzalez.

En la redacción de notas y artículos de opinión contábamos con el aporte de colaboradores como el propio Mingo Gutierrez, Carlos Ratier, Néstor Aloras y Anibal Allen; las fotografías estaban a cargo de Jorge Flores y la impresión se hacía en los talleres gráficos que Rubén Ramírez tenía en la ciudad de Chacabuco, provincia de Buenos Aires, antes de instalarse con su imprenta en Río Grande.

La revista no tenía un diseño preestablecido, el contenido debía contemplar la temporalidad de su vigencia al momento de su publicación, la edición se resolvía sobre la marcha de acuerdo con la disponibilidad de espacios.  El material se enviaba por correo y los ejemplares impresos eran transportados por el mismo Ramírez como parte de su equipaje en sus vuelos a Tierra del Fuego. Obviamente los costos operativos se solventaban con la venta de publicidad, aunque a veces lo facturado no alcanzaba para cubrir todos los gastos.

No puedo decir que Presencia fue un fracaso, pero al cabo de cinco números, el proyecto desvaneció. Las cuentas no cerraban y el producto en sí mismo no respondió a las expectativas que motorizaron su puesta en marcha.



RICARDO ROJAS en nuestro ARCHIPIÉLAGO.


 Aclaremos que nuestro islario se hace suyo desde su confinamiento austral producto de su identidad radical, y vinculado por la dictradura de Uriburu como merecedor de tal distanciamiento.

Su permanencia en la capital del Territorio de Tierra del fuego se da junto a otros correligionarios que al igual que el despertarían interés por mostrar las singularidades de este espacio austral, constituyéndose en un protagonista de inquietudes que de forma seriada primero, y estructurada como un ensayo después, forma parte de una de las obras fueguinas destacadas por el primordial rol que tendría Rojas, hombre del parnaso literario durante décadas.

Tal vez, para el menos informado, podríamos señalar su autoría sobre El santo de la espada, la más que difundida biografía sobre el General San Martín.

Acompaña a esta referencia un escrito peridístico patagónico que alumbra sobre el interés despertado por la obra, a fines de esa década de su forzada permanencia fueguina. La voz del pueblo se imprimía en Puerto Santa Cruz y a puesto a nuestra vista Antonio Perich, obra de los que saben sobre nuestro sur.


Y para los que quieran saber mucho más se entregamos esta signatura, correspondiente a un ensayo de Alejandra Mailhe. Así los imagino a ustedes sumergidos en el mundo fueguino bajo el prisma de Rojas . Alguien que seguramente es algo más que una calle.

https://www.unse.edu.ar/trabajoysociedad/33%20MAILHE%20ALEJANDRA%20Ricardo%20Rojas.pdf

PAPELES CINEMATOGRÁFICOS 1941 12 15 Reconvenciones y recomendaciones.

 


Seguímos ahondando la correspondencia entre Comorodo  Rivadavia y Río Grande entre la distribuidora de cine  representada por Ricardo Tabares, y el empresario local Manuel Arias.

¿Por que hacemos esto? Para descubrir la trama comercial indispensable que ayude a reconstruir una historia mayor, vinculada a ese fenómeno cultural que es el cine, en tiempos remotos para nosotros, y en este confín que nos habita.

Termina 1941 y Ricardo le reclama a Manuel por que "No ha recibido ningún nuevo giro, e4nunciando lo que se tenría que haber pagado por varias películas, y "también se adeudan $ 5.-delos programas de E SOLTERON. Estimaré señor Aris no atrasarse en el pago de los porcentajes puestos atrasa n./libros, estimándole sobre todo estar siempre al día, como lo ha venido haciendo últimamente. Espero pues en la semana próxima que se pondrá al día con estos pagos atrasados".

Como podrán leer se da noticias de las películas que estarán en nuestra localidad. Y se cierra la corresponderncia con la siguiente recomendación: "Aviso de la Armada Parker. Si este barco dela armada de regreso de Ushuaia ha tocado ese puerto averigue si dejo en esa las películas CAMINITO DE GLORIA - AL FINAL DEL CAMINO y dos actos de relleno.Le ruego encarecidamente averigur este dato y en caso de que ests películas se encuentren en Río Grande, sirvase3 retirarlas para devolveras a Gallegos en el próximo avión. Si llegaran a estar allí ruego ME TELEGRAFIE INMEDIATAMENTE para darle instrucciones. Como se trata de un asunto MUY IMPORTANE, repito que en cso de estar allí me debe telagrafíar enseguida. Y muchs gracias por todo".-"

Ultimamente cuando alguien chatea todo con mayúscula se suele afirmar que se está gritando.

El Paker está registrado como un remolcador de la Armada sin registrar alquel año ningún viaje a Tierra del Fuego, su capitán era el Teniente Alfredo Elena Escalera, y operó en la inmediaciones de Puerto Maryn.


Foto incluida en APUNTES SOBRE LOS BUQUES DE LA ARMADA ARGENTINA de Pablo Arguindedy (CN Contador).


Los chinchulines como plato regional.

 

Poco después de ingresar a la escuela comencé a volverme reflexivo con respecto a lo que era las coas que comía.

Había mudado aquí y un cambio de las costumbres de mesa formaba parte de la fatalidad que siempre implica toda migración.

Entonces conocí los chinchulines.

Río Grande había crecido al amparo industrial de su frigorífico y de allí venían estos productos que se podía obtener a título gratuito, si aceptábamos recogerlos de la canaleta con que eran arrojados al río, en medio de un fuerte torrente de agua hirviendo.

Los pájaros podían competir con el recolector, aunque después de unos días de faena hasta la gaviota más glotona, la llamada cocinera, permanecía inmutable en un lugar cercano sin poder volar dada su panza llena.

Entonces alguien iba llenado un fuentón, que en esa época eran de lata o algunos mejores enlozados, y después de una manera que no era percibido por mí llegaban hasta la puerta de servicio de la casa de mis tíos –que tenían bar, cantina y pensión- y allí procedía a limpiar estas vísceras  de cordero producto que no formaba parte de la comercialización for-export por la que se llevaba delante la matanza de estos simpáticos animalitos.

Había un lavado bajo el chorro de agua fría, en la cocina no había otra agua caliente que la que se mantenía en grandes pavas sobre la cocina de hierro, y posteriormente ya estaban en condiciones de ponerse al horno.

De cuánto tiempo se tardaba en hacerlos comestibles, no tengo referencias.

Mis últimas ingestas de chinchulines fueron adquiridos en el La Anónima de Viedma, y una vez tranzados llevados a la parrilla vernácula, es decir al chulengo.

¡No había plato más rico!

Los niños éramos los primeros en recibir algo de lo cocinado, y para eso concurríamos con un plato metálico, cuchillo y tenedor, cubiertos que se venían acopiando como un regalo que contenían secretamente algunos paquetes de yerba mate.

Después llegaban los hombres que traían una rebanada de pan, y los comían de pie, tratando de no mancharse. Mientras las mujeres, que eran más modositas, se iban sentando a la mesa, entre ellas la cocinera, que dejaba en manos de las mozas la distribución de la comida, y posteriormente el lavado y secado de la loza.

(Vengo a recordar que si había una mujer soltera encargada del lavado, podría aparecer un galán que se le arrimaba para secar prolijamente cada uno de los platos, con un repasador hecho con bolsa de harina)

¡No había plato más rico que los chinchulines de cordero! Ni siguiera el estofado de capón.

El maestro Isidro Zapata, hombre de Carilobo en la provincia de Córdoba, llegó a nuestro pueblo por 1950. El avión aterrizó en la pista cercana al frigorífico y allí estaba un pariente que trabajaba en el mismo, el que lo ayudó con su liviana valija de fibra, a la vez que equilibraba su marcha portando en la otra mano una bolsa de lona que no quiso soltar en ningún momento.

Cruzaron en bote, después de una corta espera, y desde Punta Triviño a la escuela, que funcionaba donde hoy está la intendencia, lo hicieron en un auto alquiler.

Mientras iban hablando del cómo estaba la familia distante, y como le sería al recién venido la vida en este confín.

Ya en su lugar de destino, donde un agente policial hacía guarda esperando su llegada con la misión también de entregarle la llave, cosa que el maestro colgó de un clavo y nunca usó porque no había espacio en Río Grande para la desconfianza.

En un precario rincón de la escuela estaba la que sería su casa, sobre la mesa había un pan dentro de su molde de lata de aceite, a su lado un sifón, y en algún rincón no muy lejano las damajuanas de tinto, clarete y blanco.

Allí fue cuando luego de encontrar una asadera el anfitrión saco a relucir los chinchulines que traía en su bolsa, Cargó de leña la Istilar, y preparó el agua para el mate. Al fin de cuentas, como eran argentinos, el vino podía esperan y los amargos serían la compañía a la ingesta chinchulinesca con la que el maestro pensó que no sería tan difícil vivir en este lugar.

Es que el maestro, igual que yo mucho tiempo después, pensó que:¡No había plato más rico que los chinchulines!

Con el pariente dejó de verse con frecuencia, pero por interpósitas personas le llegaba este alimento que Don Isidro compartía con la gente de su entorno. Entre ellos el Doctor Salvador Serpa, que atendía en la Asistencia Pública, situada a pocos metros del establecimiento escolar, siguiendo esa calle que si tenía un nombre nadie lo usaba, y a donde el viento no parecía llegar por la barranca que la protegía.

El doctor decía que el olor a chinchulines llegaba hasta su lugar de trabajo, y allí prolijamente vestido, y bamboléandose  en su alta estatura, avanzaba llevando para el encuentro una botella de tinto, que era la un gusto compartido por el director.

No si era un vino sellado en origen, que es como se denominaba entonces a los mejores vinos, o era uno fraccionado de algún recipiente más grande, para los cuales había que hacer uso del embudo.

Serpa informaba cada tanto las novedades sobre los nacimientos, y Zapata ya contabilizaba a ese/a niño/a como un futuro alumno dentro de cuatro años. Si la cosa seguía como pintaba, tal vez conseguiría en cargo más para quien quisiera ejercer junto a él en la tarea de impartir conocimientos y valores.


Las imagenses son tomadas de la red.



RÍo Grande, caudal y cauce.1


 


Al comenzar el siglo XX se puede apreciar que
Río Grande y su entorno se dinamiza por la actividad privada. En pocos años se ha formado un núcleo poblacional en torno a la Misión de Nuestra Señora de La Candelaria, escenario de la evangelización católica por iniciativa de los hijos de Don Bosco. Mientras tanto, al norte como al sur del gran río, prosperan los establecimientos ganaderos que tienen muy pocos nombres entre los patrones: Menéndez, Braun y Waldron.

 

Más hacia el centro de la isla crece el misterio. La Tierra del Fuego dibuja aquí un escenario de conflictos.

 

La institución misionera nacida en 1893 pretende ser la una gran estancia que proporcione los fondos indispensables para el proyecto salesiano. Y por entonces la acción dirigida por Monseñor Fagnano comprende Magallanes, Santa Cruz, Malvinas y las dos Tierras del Fuego: chilena y argentina. Es así como, cuando el 25 de febrero de 1900 se inaugura en Río Gallegos la iglesia bendecida y dedicada a Nuestra Señora de Luján, se advertirá que su costo –unos $ 60.000- fueron pagados con la producción de La Candelaria.

 

La Misión local tendrá un destino más discreto, el siguiente 25 de marzo su iglesia iniciada dos años antes por el Padre Juan Bernabé recibirá su bendición, pero aun no tendrá campanario. Eso sí, arden por primera vez y por ese motivo fuegos artificiales en el cielo fueguino. Pero además hubo carreras y tiro al blanco.

 

Para ese invierno se registraron 168 asilados de los cuales 35 son niñas y 42 son niños. Los misioneros se mantienen en conflicto con la Gobernación toda vez que ocupan tierras reservadas para uso fiscal, y existen a la vez roces con la autoridad policial instalada en inmediaciones del puerto hasta el incendio de la comisaría el 24 de julio de 1902.

 

Al finalizar el primer año se erige una capilla en el Cabo Domingo la que será bendecida el 11 de enero de 1901.

 

Desde Ushuaia se reclama la presencia sacerdotal. El Director de la Misión es capellán de la gobernación pero reside en Río Grande, el gobernador Carrié cree que es indispensable su desempeño en el sur donde la población comienza a vivir de la cárcel, lugar en que se alojan 120 presos y 30 menores. Todo esto confluirá en la destitución del Padre Griffa.

 

La mortalidad entre los onas adquiere proporciones alarmantes, llegan a 32 los muertos en La Misión en los primeros 10 meses de 1900, en tanto que la tisis suma 754 en el historial de Isla Dawson –la otra misión fueguina- desde su instalación. En tanto, los nativos desplazados por los ganaderos de sus espacios ancestrales ocupan tierras de otros linajes, con lo que hay crueles enfrentamientos entre sí en la zona de San Pablo y Yehuin, o combates entre onas y alacalufes.

 

A esto se debería agregar el efecto no cuantificado de furias propietarias.

 

A la inquietud en la relación entre el blanco y el indígena se sumó otra a fines de 1902, fue cuando se produce la fuga de los penados militares de Puerto Cook en momentos en que eran trasladados a Ushuaia, nuevo asiento del presidio. Su dispersión en la Isla Grande motivó el traslado a nuestro puerto de una partida de 15 soldados destinados a brindar seguridad.

 

El crecimiento del latifundio lleva al gobierno nacional a denegar  autorización a José Menéndez y la Explotadora a comprar nuevas tierras, no obstante ello habrán adquisiciones con otros nombres Abateiro, C.G.Dieter, Dionisio Casterán, Edmundo Deschamp, Juan Gregorini, Vicente Baralis, Luis Puncel, D.Gosende, Manuel Sánchez, Antonio Dieguez, Onofre Sampayo y Fernando Villafañe peticionan  para Menéndez y/o Braun; O’Connor –que fue el único que recibió tierras en la isla por su participación en la Conquista del Desierto-, o comparando derechos como en las posesiones de Repetto.

 

Con el tiempo algunas nuevas tierras serán adquiridas a nombre de los hijos mayores.

 

La Ley 4167 establecía restricciones a la venta de la Tierra Pública, cuando todavía el 75% de las tierras patagónicas no tenían quién las usufructe. Con el tiempo dirá Mauricio Braun acerca de esa política: “aquellos pobladores quedaban sometidos a una merma absurda, fue lógico entonces esperar que buscaran la manera de defender su patrimonio solicitando la mitad del lote, o sea diez mil hectáreas a nombre de algún amigo, pariente, protegido o testaferro que se prestara a gestionar su arrendamiento para luego, gratuitamente, o a sus expensas, agregarlo a la explotación de su porción ya escriturada, restituyendo la situación originaria. No podemos negarle a estos estancieros el derecho de autodefensa ante estas medidas burocráticas que comprometían su futuro”. Más adelante dirá: “Una buena parte de estos estancieros eran viejos colaboradores,  ex capataces y administradores míos, a quienes había alentado en sus propósitos de independizarse y que seguían siendo amigos, protegidos y hasta socios, pues con la palabra de aliento iba el préstamo para iniciarse y varias veces mi participación capitalista en sus explotaciones”.

 

Son estos años también los de inquietud por una resolución bélica al tema limítrofe entre Argentina Chile, solución que vendrá con los pactos de Mayo de 1902  y el arbitraje británico, lo que llevó a que se enrollaran los mapas de los planteos bélicos tanto en Santiago como en Buenos Aires.

 

Muy pronto se registrarán acciones conjuntas de las policías de ambos países persiguiendo malhechores –cuatreros- en ambas jurisdicciones.

 

La década registra dos importantes presencias científicas, la del alemán Lheman Nietsche que realizará observaciones sobre los onas, y las del sacerdote uruguayo Lino del Valle Carvajal. Charles W. Furlong recorre por tres meses el norte fueguino pero sin entrar en nuestro caserío.

 

La Misión no ve resuelto su tema de propiedad de la tierra. Y por otra parte crecen las críticas sobre Fagnano, su endeudamiento, y la riqueza de sus posesiones fueguinas logradas sin mayor erogación. La situación se torna compleja cuando se acerca el momento de entregar la concesión sobre la Isla Dawson que Chile le había otorgado a los salesianos por espacio de veinte años. El número de indígenas había mermado considerablemente, las deudas no se resolvían, y las buenas ventas de la lana de la Candelaria siempre quedaba en ser la promesa salvadora. También se baraja la posibilidad de vender las tierras, quedarse sin la gran estancia misionera, pero salvar las cuentas que tenían comprometido el destino de la institución a nivel regional. Pero para eso debían hacerse las tramitaciones y obtener primero la propiedad sobre un espacio que en hasta el momento solo era objeto de usurpación. Es así como prosperan las gestiones vía Senado de la Nación para que se le otorguen en venta las tierras del Lote XLI a ocho integrantes de la congregación en forma fraccionada, dado que no se permitía la venta de más de 2500 hectáreas.

 

Esta medida se encontrará con una determinación contrapuesta cuando el 5 de marzo de 1909 se determine la reserva fiscal de las tierras de la desembocadura norte del Río Grande.

 

Poco a poco se iba perfilando un destino urbano para la región. En 1905 llega Francisco Bilbao como agente de los Menéndez e instala su casa comercial a partir del negocio levantado por Javier Soldani en 1898. Este había sido el primer Juez de Paz y se dedicó a un comercio que denominó El Cañón, el primer establecimiento del que se tenga conocimiento en el pueblo incipiente. La casa de Bilbao será también hotel y allí vendrá a morir por 1906 Ralph Newbery, un dentista norteamericano –padre del pionero de la aviación nacional- dedicado entonces a la búsqueda de oro.

 

La actividad minera vuelve a brillar en el futuro económico del norte de la isla. No con la prensa que tuvo la acción de Julio Popper, pero sí con la conformación de empresas que llegan a unificar bajo sus derechos casi todos los yacimientos existentes.  En El Páramo rondaban algunos oreros solitarios, en tanto que en el sector chileno se ensayaba con la utilización de grandes máquinas de excavación y lavado. Pero el norte de la isla era un espacio casi ajeno a Río Grande. Cullen y Sara, los dos grandes establecimientos de Waldron y Braun se comunicaban con Punta Arenas por barcos que llegaban a sus costas.

 

Ya desde 1903 se anotan  sistemáticamente los hechos vitales en el Registro Civil, función encargada también al Juez de Paz, comprenden a la población mayoritariamente indígena alojada en la Misión, y son más los datos de defunciones que de nacimientos.

 

Por estos años se produce una exportación lamentable: los Museos de Europa lucen en sus vitrinas cráneos de fueguinos, algunos de ellos con huellas de impactos de bala.

 

No obstante ello, lejos, en Buenos Aires el 17 de Julio de 1904 Julio Argentino Roca hablará de un sueño, es cuando Monseñor Cagliero le cuenta de las visiones de Don Bosco, ante las cuales el conquistador del desierto parece no querer quedarse atrás cuando dice:  -“Anoche Monseñor, yo también tuve un sueño. Estaba en la puerta del Congreso Nacional cuando vi acercarse unos señores cubiertos con pieles de guanaco. ¿Quienes son ustedes? Les pregunté. Y ellos me respondieron –Somos los diputados de la Tierra del Fuego”.

 

Pero el camino del desarrollo institucional sería lento: en 1903 Río Grande cuenta con una primera estafeta postal, y para el año siguiente es consignada como capital del departamento de San Sebastián.

 

El poderío económico de los Menéndez se refleja en la imposición de algunos de sus hombres en el manejo de la naciente “cosa pública”. Alexander Mac Lennan, que con el tiempo será recordado como “El Chancho Colorado” comparte su labor de mayordomo en la Primera Argentina con el cargo de Juez de Paz entre el 21 de enero de 1905 y el 2 de abril del año siguiente. Habrá cruzado en bote, en más de una oportunidad, para pasar rápidamente de uno a otro asiento de sus funciones.

 

Y para entonces la gran estancia de la margen sur comenzará a adquirir fisonomía fabril con el desarrollo de una grasería. La producción ovina comienza a tener ganancias en otros tópicos que no son la lana, o la venta de ganado en pié.

 

Alejado el indio del norte productivo, recluido en el espacio boscoso, se suprime la policía volante que tenía por función mantenerlo controlado, y nace paralelamente la misión volante al impulso de Juan Zenone. Éste buscará al nativo en su refugio y de la mano de los Bridges tratará de instalar una Misión en Río Fuego, pensando luego en la adquisición de tierras en la zona del lago Fagnano, una vez que se concretara la venta de las valiosas extensiones de La Candelaria.

 

Para fines de la primera década del siglo XX la Armada Nacional planifica instalar un sistema de radiocomunicaciones en nuestra población como apoyo a la navegación en el sur.

 

Corre febrero de 1910 cuando el  gobernador de la Tierra del Fuego, Manuel Fernández Valdés, visita Punta Arenas para interesar a los ganaderos locales sobre el financiamiento de un camino entre Río Grande y Ushuaia. El funcionario desde su capital advierte que toda la dinámica de desarrollo del norte fueguino viene desde la ciudad del estrecho, y de allí que ensayara este acercamiento que no tendrá respuesta en lo inmediato. Las estancias de la zona hacen  que sus caminos confluyan en salidas exportables, y Ushuaia –si bien se presenta como una plaza importante para el consumo de carnes, dado el crecimiento de su institución penal- ¡Ushuaia deberá esperar!

 

El gobernador analiza que por entonces ambas comunidades se comunicaban vía Punta Arenas, lo que demoraba en navegaciones entre 30 y 40 días, y que la producción ganadera de un lado, se podía complementar con las reservas madereras del otro. De allí las bondades del camino. Para 1912 cuando el gobierno cuente con su primer automóvil en la capital, ya entre nosotros circularán 14.

 

El ámbito misionero se visualiza en la creciente acción de Zenone hacia el corazón de la Isla, y la llegada del Padre José Crema a La Candelaria; con el llegarán sus sobrinos que no tardarán en convertirse en pobladores.

 

El desarrollo del establecimiento de Río Fuego cuenta con el respaldo de la familia Bridges, dejando Lucas un testimonio concreto de aquella acción cuando se terminó la instalación del galpón de los peones en su establecimiento:  “el padre Zenoni (SIC) pidió permiso para usarlo como vivienda propia y asiento de una capilla y una escuela, amén de ayuda pecuniaria para llevar a feliz término ambas empresas. Después de debatir el asunto en familia, celebramos un convenio por el cual nos comprometimos a cercar una cuantas hectáreas de terreno, construir una casita para el sacerdote y su ayudante,  instalar una escuela que pudiera usarse como capilla, proveer a la misión de leña y otros recursos, y que el padre Juan guardara cierto número de caballos, bueyes de uncir en nuestros potreros. En cambio el padre Juan se comprometía a marcharse en el acto, sin protesta ni discusión, no bien consideráramos sus enseñanzas o presencia nocivas para la estancia o para los indígenas”.

 

Para fines de aquel año Fagnano obtiene 20 mil hectáreas cerca del lago, en una zona aun indelimitada y sobre la que pesaba el proyecto oficial de erigir un parque nacional. Este establecimiento salesiano será provisto desde Harberton.

 

A principios de 1911 visitará la Tierra del Fuego, sin pasar ni por Río Grande, ni por Punta Arenas, el presidente Roque Sáenz Peña. Mientras está en viaje, el diario La Nación hace la siguiente apreciación: “Siendo Río Grande el centro del movimiento comercial debiera trasladarse a este lugar la capital del Territorio, cuyo puerto es accesible para buques de mediano calado, teniendo establecida una línea semanal de operaciones de vapores a Punta Arenas. En el sur todavía no hay industrias en explotación y Ushuaia sólo está habitada por un reducido número de empleados”. La estancia Primera y Segunda Argentina tendían sus muelles sobre la margen sur y norte de la desembocadura del río.

 

Río Grande  recibe a los últimos ocupantes de la Misión de Isla Dawson que ha sido devuelta al gobierno de Chile terminada la concesión de la que fue objeto dos décadas antes. Son un puñado de niños y mujeres, onas y alacalufes, que serán atendidos precariamente en La Candelaria donde no hay sacerdote estable dado el crecimiento de la misión nueva a la que se conocerá con el nombre de San José.

 

La Candelaria reducirá su número de indios a los que puedan trabajar en tareas rurales y recibir un sueldo por ello, en tanto que pronto se inician acciones destinadas a la venta de sus tierras. La medida genera descontento. El padre Crema es reemplazado por Griffa, y sus sobrinos se refugian en la lago. Ferrando, de la mano de una de las asiladas de Dawson –Leticia Esperanza- deja la congregación. La promesa inicial es vender todo a Sara Braun, llegándose a firmar los documentos de compromiso, pero más tarde todo termina en una operación con José Menéndez, y un pleito con los primeros interesados.

 

En el Tercer Censo nacional –realizado en 1914- la zona urbana de Río Grande registrará 150 habitantes. Por entonces en la Misión existían 82 “indios vestidos”.

 

Fagnano fallecerá en Santiago el 18 de septiembre de 1916, para entonces se registraba la presencia de Enrique Zwank, del Patronato de Indios, interesado –tardíamente- en levantar una reserva oficial para los nativos fueguinos.

 

La acción de los testaferros continuó constante durante la década; Pedro Rodríguez Gonzalo Muñiz, Feliciano García y Juan Cordeu peticionan para José Montes  que concentraba sobre San Pablo una nueva salida a la producción pecuaria de ese distante lugar de la Isla Grande; Francisco Bilbao, José Fernández, Roberto A. Ewing, Armando Carrizo, Guillermo Elliot, Bernardo Modrenich, Antonio Soldevila peticionan para Menéndez o Braun. El grupo Menéndez crecerá por compras a José Martiarena y Federico Martínez de Hoz, su socio por otra parte en las inversiones mineras.

 

La Gran Guerra llevó en toda la región al regreso de numerosos trabajadores europeos que participarían en la contienda, su reemplazo en la emergencia fueron hijos de Chiloé que aprendieron en naciente oficio del ovejero.

 

Se impone un trabajo golondrina. Durante una temporada dinámica, que va de septiembre a fines de abril, la actividad rural recibe a los trabajadores que devolverá luego a sus lugares de origen con dineros suficientes en muchos casos para poder vivir el resto del año. Algunos de aquellos trabajadores rurales eligen ir quedándose, y viven de pasajeros de estancia en estancia, hacen en los puestos alguna tarea complementaria pero indispensable: cortar la leña, limpiar algunos cueros, con el tiempo se los llamará “tumbeadores”, porque trabajan por la comida representada por la “tumba” de carne en el puchero.

 

El 8 de febrero de 1916 la Armada Argentina concreta su primera presencia en la localidad al inaugurar su estación de radio.

 

La declaración de la Gran Guerra en Europa establece un nuevo orden de cosas a nivel mundial. A nivel legislativo se da intervención para recibir franquicias en la instalación de un frigorífico. Mientras se genera el primer conflicto gremial de envergadura que involucra tanto a trabajadores de Chile como Argentina. Todo terminará en la firma de un primer convenio el 18 de enero de 1917. Junto a diversas mejoras en las condiciones de vida se acordará el pago de salarios entre el 1 y e1 3 de cada mes, una mejora en las remuneraciones promedio del 15%. La situación de intranquilidad demostró a las autoridades cuantos estancieros existían sólo de nombre en el norte fueguino.

 

El 11 de abril, en dependencias de la Primera Argentina, se realiza la primera asamblea de la Compañía Frigorífica Argentina, una industria destinada a transformar la dinámica del desarrollo del incipiente pueblo. Aparecerá como un sindicato de capitalistas ingleses, chilenos y argentinos. Con su sola presencia se consolidarán instituciones del estado: como la Ayudantía Marítima, y algo más tarde la Receptoría de Rentas de Aduana. A la vez que se recibirá una concesión por 35 años para el tendido de una red telefónica que vinculará a todos los establecimientos ganaderos entre el lago y Espíritu Santo, con la factible vinculación con los establecimientos chilenos.

 

El 9 de febrero de 1918 se inicia la primera faena, el 21 de mayo se realizará el primer embarque de carne congelada. De por medio, en Buenos Aires, fallece el mentor de todas estas iniciativas progresistas: José Menéndez.

 

Las operaciones se realizan pese a la precaria entrada de puerto que supone el río Grande, donde se trabaja atendiendo al ritmo de la marea puesto que los barcos quedan en seco cuando esta baja. Son pequeñas embarcaciones que sin quebrar la cadena de frío deben llegar en el invierno con su carga de carne a las grandes embarcaciones ancladas mar adentro: los caponeros, naves que reúnen en sus bodegas toda la producción regional.

 

¿Pero que es el frío en la Tierra del Fuego?  Nada que asuste plenamente. Los obreros del frigorífico en sus cámaras muchas veces disfrutan de temperaturas inferiores a los que sobre el puerto acomodan las cargas.

 

Es entonces cuando recorre la zona el Capitán del Ejército de Chile Arturo Fuentes Rabe, quien dejará las siguientes impresiones: “Casi un kilómetro y medio al norte de “Río Grande”, se levantan hacia los cielos, los tentáculos de acero de una Estación Radiográfica; es la primera que encontramos en la Isla y ella se presenta haciendo estraño contraste con la despreocupación que merece aquel terreno que hemos recorrido en la parte chilena”. (...) “Río grande no es un centro de gran actividad comercial e industrial, es un centro netamente ganadero y puerto particular de una firma de Punta Arenas: Menéndez Behety”. (...) “Los matrimonios en la Isla, permanecen sin legalizarse o están legalizados en la República Argentina, cuyo Gobierno no omite sacrificios en este sentido, manteniendo en Tierra del Fuego dos oficinas de Rejistro Civil, una en “Río Grande” y otra en Ushuaia”.(...)”La mayoría de los habitantes de la Isla Grande, a pesar de haber nacido en Chile, son ciudadanos arjentinos. Ciudadanía estranjera que aumenta considerablemente a medida que se avanza hacia el Sur”.(...)”El gobierno mantiene en aquel punto un servicio de veterinaria atendido por un profesional titulado”.

 

Cerramos la década recordando cómo el 27 de mayo de 1913 se inauguró en La Misión el observatorio meteorológico, una iniciativa marcada por el paso del Padre Maggiorino Borgatello en el directoriado de la casa.

 

En tanto que el 19 de enero de 1919 se registra la llegada del sacerdote austríaco Martín Gusinde quien inicia de esta forma un abordaje profundo en el conocimiento del mundo material y espiritual de los nativos fueguinos, en momentos que la declinación numérica hace evidente su extinción: “Allí, en Puerto Río Grande, vi también por primera vez, auténticos fueguinos. ¡Qué sorpresa, pero al mismo tiempo, qué desilusión!.-escribirá en su diario de viajero- ¡Eran hombres grandes y hermosos, pero cubiertos con andrajosa ropa europea! Inmediatamente comprendí que a estos hijos de la naturaleza no les quedaba bien nuestra ropa de fábrica sin estilo, que les da en verdad la apariencia de miserables vagabundos. Me dio pena verlos así, pues su amable e innato sentido de belleza es violado por la imposición del mal gusto europeo”.

 


 

 

LRA 24 Y SU CINCUENTENARIO.36.AQUELLA MUSICA CHABACANA



Al comenzar el primer ordenamiento de la discoteca de la radio se hacían dos fichas de cartón –que venían con un diseño homologado- escribiendo en una de ellas la información atinente a un disco y los temas contenidos en el lado A, y la segunda en el B. Estas se unían por cinta en uno de su bordes lo que permitía con solo doblarlas usarlas de un lado o de otro. Perforadas se colocaban en un bibliorato que era doblado para formar un trípode, que lucía en la mesa de locución junto a una rutina que detallaba en orden cronológico los programas del día, las signaturas de cada disco: Por ejemplo, 1955 A 1,2,3

Estas tarjetas fuera de la circunstancia de su uso se las iba colocando en un mueble metálico, en el orden numérico que establecía la identidad de cada LP.

Pero el día que tomo servicio como director Miguel Bersier algunas cosas empezaron a cambiar. Las tarjetas se separaron y ya no se ordenaban por número, se colocaban a tras de todo y se invitaba a elegir la música con lo que estaba adelante. Esto con la intención de evitar reiteraciones.

Pero aquel día tuvo su momento de espanto, fue cuando el nuevo jefe descubrió que en el lugar más lejano y olvidado del mueble archivo se encontraban las fichas que aparecían calificadas como MUSICA CHABACANA. Allí aparecía Enrique Rodríguez, El cuarteto Leo, Los wawancó, el único disco de canciones tirolesas –Bersier era Suizo- y en número importante los discos de chamamé.

Era material discriminado.

La orden fue distribuirlas fichas entre otras categorías. Enrique Rodríguez y El cuarteto Leo fueron a Conjuntos populares, Los wawancó a música latinoamericana, y los chamamé en la parte folklórica como música del litoral.

El único disco tirolés lo tomó el director y lo llevó para escucharlo en su casa. Trayéndolo un día que había que hacer un inventario.

Y comenzamos a ser una radio chabacana, en alguna medida.

 

LOS PUENTES DE LA MEMORIA.35. Pequeño alto: “De como al estar en la punta de un mundo llega a lastimar el filo del desamparo y la soledad”

 


El Suboficial Benítez ensayó durante más de una semana lo que sería la ceremonia inaugural de la colocación del mástil, la bandea y el destacamento de la Prefectura Naval Argentina en Espíritu Santo. Hasta entonces el Cabo había tenido tan sólo referencias del lugar al que se lo sabe como el extremo norte de la Isla Grande de Tierra del Fuego. Al entrar en detalles de lo que sería el acto, para el cual se desplazaría medio mundo, ocupó parte de su tiempo como Operador de Radio Nacional para juzgar su desempeño en lo protocolar del momento. Nosotros lo veíamos encerarse en el estudio mayor en el cual, en una de sus esquinas, ante un grabador Magnecord a cinta que servía para editar algunos programas seguí la rutina impuesta y energizaba órdenes.

 

El día del acontecimiento la plana mayor lo vio a Fabián Sebastián enfrascándose en su papel, pensando tal vez en su Esquina natal, en esa esquina de la Isla Grande, sector argentino. Y asistió la radio. Y asistió la televisión, aunque bien se cuidaron de mostrar que a unos pocos metros, al otro lado del alambre, existía una guarnición similar, pero primera, que custodiaba lo que es soberanía para Chile.

 

Cuando se ingresa al laberinto petrolero de rutas que recorre la Estancia Cullen la intuición es el hilo de Ariadna. Por eso, sin tener más memoria que la vista al mapa en la oficina del establecimiento, y alguna memoria de una antigua travesía a caballo, se pasó por el puesto donde Don Juan Reiñanco ya había salido con un arreo y se continuó en rumbo noroeste tratando de llegar al extremo norte de nuestra provincia.

 

Nos dice la Toponimia editada por el Instituto Geográfico Militar que debe su nombre el Cabo Espíritu Santo a la expedición que realizara en la zona el marino español Frey García Jofré de Loaysa, dado que una de sus naves, la tripulada por Juan Sebastián Elcano –que llevaba el nombre de Santi-spiritus, había naufragado en inmediaciones del Cabo Vírgenes. Con otros nombres lo conocieron gente de distintas nacionalidades, y entre los nuestros –después de haberlo visto- me quedo con la voz Tarrsen que significa Barranco a pique.

 

Lo que el tratado de límites de 1881 resolvió en los papeles no fue tan fácil de hacerlo en el mismo terreno. El Cabo Espíritu Santo era, a la luz de los acuerdos, el límite norte de la demarcación argentino-chilena en la Isla Grande, entendiéndose su ubicación como los 60 grados 38 minutos oeste de Greenwich, pero en el trabajo topográfico esto no fue así: una línea de estas características le dejaba a Chile salida al Atlántico por la Bahía San Sebastián y toda Ushuaia en manos extranjeras, asi fue como el Hito1 fue objeto de la cordura al levantarse en el lugar en 1894.

 

Llegar hasta Cullen exponernos a un paso del confín norte. Divisar entre el laberinto de las huellas una amplia laguna y un promontorio al fondo es descubrir el destino. Pasar junto a la baliza ciega, descubrir la surgencia de agua… subir, subir, subir.

 

Las fotos son elocuentes sobre lo externo del momento. Recorrimos el límite del alambre donde otros días la Comisión de límites se perpetuó sin perpetuar sus nombres. Aquí, el flexiplás retocido por la lluvia y el sol, algo que fue el piso de la vivienda donde la Argentina estaba algo más que en los papeles. Allá una construcción prolijamente pintada con el nombre de lugar. Acá, los túmulos de cemento  de los que fueron algunas instalaciones sanitarias. Allá, un generador eólico y un faro de clara intermitencia. Aquí, un mástil sin driza ni bandera, un mástil inclinado curiosamente contra el viento. Allá, el enhiesto hierro donde flamea la bandera del país vecino. De este lado ninguna bandera argentina, por tierra señales que identifican la presencia de TOTAL; la nueva petrolera. Allá, un vehículo japonés al servio de los que no asomaron para controlar nuestra incursión. Y las mariposas extrañas.. de un mediodía en que bajé el barranco, caminé la costa, mojé mis manos en el Atlántico, divisé a lo lejos las plataformas petroleras; las mariposas que, sin contemplación de mi estupor por el descubrimiento, volaban de un lado a otro: ora por los suelos y cielos de Chile, otra por suelos y cielos de esta otra patria.

 

TESTIMONIOS PERIODISTICOS: José –Cacho- Gamboa

 

El periodismo deportivo en Tierra del Fuego ha logrado ocupar un lugar preponderante en los últimos años en los distintos medios de comunicación.

Junto con el crecimiento poblacional, la práctica del deporte en sus distintos niveles y modalidades tiene su reconocimiento a nivel informativo.

Seguramente que por las condiciones climáticas que reinan en la provincia, hacen que el fútbol no sea el deporte que despierta más pasión, al menos en las canchas fueguinas, dejando ese primer lugar a los deportes motores, que son los que más público convoca. Dando lugar a un fenómeno muy especial, ya que se practican las distintas modalidades (karting, automovilismo en pista, rally y motociclismo), en una provincia que apenas supera los 200 mil habitantes, contando incluso con dos autódromos asfaltados y con una gran infraestructura para la concreción de las distintas competencias.

De todas maneras, es el fútbol de salón el que ha logrado los mejores resultados a nivel nacional, siendo muy considerado el futbolista fueguino en nuestro país.

Los deportes motores ocupan un lugar preponderante en los medios radiales riograndenses, existiendo más de un programa diario que se especializan en el tema, contando con una muy buena audiencia y auspiciadores, a partir del entusiasmo que generan en el público.

Pero desde hace 20 años, con la aparición de medios gráficos que lograron tener continuidad y una buena aceptación en el público, el deporte en general, fue ganando espacio en las noticias principales del día y también en cantidad de páginas.

Hoy es común que cada lunes, la mayoría de los títulos de los medios gráficos estén dedicados al deporte que por suerte se practica y mucho.

Dentro de este contexto, hay una competencia que ha logrado un reconocimiento que supera los límites de nuestra provincia, como lo es el GRAN PREMIO DE LA HERMANDAD, la cual tiene características muy especiales.

Se trata de la única competencia en el mundo que se corre frontera abierta, ya que los autos en competición superan el paso fronterizo de San Sebastián (tanto argentino como chileno) en carrera.

En los últimos cinco años son casi 200 los binomios que se anotan para tomar parte de esta carrera, que se ha convertido en el mayor acontecimiento deportivo-social de nuestra provincia y del sur chileno.

Ocupa el lugar más importante del año en los distintos medios periodísticos, generando suplementos especiales en los diarios y programas especiales en radio y televisión.

Pero además, se edita una revista dedicada exclusivamente a la carrera, la cual se inició como un medio de recaudación para la organización, la cual contenía en sus inicios solamente el recorrido de la misma y los inscriptos, pero ahora ya cuenta con el historial de la competencia, notas a los protagonistas y mucha estadísticas, siendo la misma de más 40 páginas.

Los medios gráficos han logrado una consolidación en el cada día de los ciudadanos fueguinos y el deporte ocupa varias páginas, ganado en base al protagonismo que lograron en la sociedad.

El siguiente escrito fue dado por el destacado firmante en el año 2010, a pedido del Doctor Arnoldo Canlini, historiador del periodismo fueguino.