Río Grande, Ciudad costera (*)





Los pueblos originarios que ocupaban el norte fueguino –selknam o “rama de la estirpe separada”– recorrían la costa y la estepa, su espacio de subsistencia, encontrando sobre la orilla atlántica los recursos de la pesca y el mariscar, huevos y polluelos de las aves marinas, lobos que le proporcionaban cueros, grasa y carne, y eventualmente el gran banquete de una ballena varada.

El río principal recibió varios nombres, pero uno lo definía ecológicamente: jorroskol/río de los peces. Ese sería el lugar de entrada y salida también de los hombres blancos.

En la margen sur, un rumano, Julio Popper, luego de ensayar fortuna al norte de la bahía de San Sebastián, consigue tierra para emprender una colonización pastoril entre los nativos. Pero fallecería tempranamente y con su herencia sus tierras integrarían el patrimonio de la Primera Argentina, estancia del José Menéndez, que desde Punta Arenas –capital chilena del estrecho de Magallanes– adelantaría inversiones en la Patagonia austral.

En la margen norte llegarían antes los salesianos, con ánimo de instalar una misión y también una gran estancia entre los onas (así le llamaban los yámanas del sur los cazadores del norte). El Padre José Beauvoir, enviado también desde Puntas Arenas remontaría el río en un velero –el María Auxiliadora– y fijaría en los Barrancos Negros la Misión de Nuestra Señora de La Candelaria. Su contacto con los nativos se demoraría cuatro meses, habría dos mudanzas y un incendio a fines de 1896 que condicionaría su traslado a las inmediaciones del Cabo Domingo donde aún permanecen pese a frustrarse paulatinamente su misión entre los nativos.

En tanto en la desembocadura del río, sobre un lote fiscal reservado para la construcción de un pueblo se adelantaron los asentamientos particulares. Casas que a la vez fueron comercio o pensión, y que ofrecían al que entraba y salía al norte fueguino, en explosión por remates de tierras al mundo de la ganadería ovina, un lugar para esperar el barco.

Y los barcos seguirían por un buen tiempo vinculándonos a Punta Arenas, toda vez que la economía global de la región –Magallanes, Sur de Santa Cruz, Malvinas y Tierra del Fuego norte– era tributaria del gran comercio inglés de lanas, cueros y carnes.

Se podía decir que de un lado y otro del límite fronterizo que se había trazado en 1881 los dueños eran los mismos: Waldron y Word, Sara Braun, Menéndez Behety, Mauricio Braun, con distintas razones sociales. Y de esos capitales nacería como “sindicato de productores” un frigorífico que desde 1917 comenzó a embarcar carnes fueguinas con destino al mercado inglés, por entonces beligerante en la “Gran Guerra”. El final de la contienda demoró en alguna medida el camino del desarrollo del pueblo de Río Grande que espontáneamente se había formado en la ribera contraria al Frigorífico. Pero su existencia consolidó la presencia de una institución de control, la Ayudantía Marítima, que trabajó sobre las exportaciones que en barcos menores llevaba a los grandes barcos caponeros –en cada invierno– la producción del frigorífico fueguino. Controlaba a la vez la entrada y salida de los barcos que en muchos casos atracaban en marea baja sobre las playas de cada establecimiento ganadero.

Y fue entonces cuando el 11 de julio de 1921 se conformó una colonia agrícola sobre la que crecería el pueblo pastoril. Con una mensura que se planteó recién en 1926, y que encontró a numerosos pobladores asentados mediante el impulso que les había dado 6 años antes el Capitán Repetto, comandante del Transporte Nacional Vicente López y gobernador interino, para que vecinos de Ushuaia se trasladaran a Río Grande. Así en una comarca cosmopolita, donde los argentinos eran la gran ninoría, se llegó a la conformación de la primera Comisión de Fomento que estaría precedida por Francisco Bilbao, comerciante y ganadero español ligado inicialmente a José Menéndez.

Lento sería el desarrollo del pueblo que con cuatro hoteles y tres almacenes de ramos generales viviría de y para la ganadería hasta el descubrimiento de hidrocarburos en el invierno de 1949. Ya regía la Gobernación Marítima el gobierno del territorio fueguino, y si bien no se había logrado la integración con población de Ushuaia, la administración de los marinos atendía desde su Delegación Zona Norte a un proceso de argentinización que buscaba sustituir la población mayoritariamente chilena, por naturales del país. Los aborígenes se habían ido extinguiendo “por la bala, el alcohol y las enfermedades”, y el antiguo solar buscaba ser una escuela. El pueblo había construido el edificio para su primera escuela pública y también por suscripción levantó las instalaciones del Juzgado de Paz; pero ahora la obra pública comenzaría a alentar construcciones de mampostería, entre ellas las de Obras Sanitarias que mejoraría las condiciones de vida en las postrimerías del gobierno peronista. La electricidad había llegado en 1940, de la mano de la iniciativa privada (Esteban Martínez y Donato Pinola), y se tardaría un tiempo hasta que en 1958 la llegada del gas natural optimizaría la vida de los pobladores que comenzarían a ser muchos, en base a la explotación petrolera en manos de empresas norteamericanas.

Los años ‘60 y ‘70 serían de avances y retrocesos: YPF tomará la administración del área petrolera, CAP al frente del frigorífico perdería mercados europeos y con ello caducaría la industria fundacional, los barcos dejarían de operar en nuestras fangosas costas.

Río Grande iría cortado lazos con Magallanes, con los vuelos de Aeroposta (1935), y la ley de cabotaje nacional (1942). Pero el gran salto se daría en la segunda mitad de los años 70 cuando al impulso de la Ley Nº 19.640 –de creación de zona aduanera especial– comenzó una radicación industrial que cambió el perfil de la población, la multiplicó en medio de una realidad inquietante de la que no fueron ajenas la casi guerra con Chile en 1978, y la contienda del Atlántico Sur de 1982.

Más allá de las experiencias truncas de vida democrática, entre ellas la que llevó a la primera elección de intendente en la figura de José Finocchio en 1963, el retorno definitivo a la democracia embarcó a los riograndenses en el proyecto de provincialización que finalmente fue ganado en 1990. Una mayoría de vecinos del norte conformaron la constituyente, y luego en el devenir gubernamental tres de los cinco mandatarios provinciales fueron vecinos de esta ciudad norteña.

La que en un momento fue considerada “capital económica  de la Tierra del Fuego”, vuelve por sus fueros después de años de crisis en la promoción industrial, disputando en el encanto de sus bosques, donde en 1972 nace a orillas del gran lago Fagnano la tercera localidad fueguina Tolhuin, el espacio turístico que sabe también de las bondades su pesca deportiva pretendiendo ser “capital nacional de la pesca con mosca”.

Queda el aliciente del petróleo que hace poco le ha dado un segundo gasoducto al país cruzando las profundidades del estrecho de Magallanes, la reciente promoción a las industrias electrónicas que ya muestra sus frutos, y la frustración de la falta de un puerto que canalice y abarate el comercio local, con un puerto en caleta La Misión que se herrumbra por la imprevisión con que fue construido, y un recurso pesquero que apenas alcanza niveles artesanales, mientras que la ganadería próspera de otros días –con un millón de cabezas ovinas– hoy se ve reducida a sólo 400 mil, por efecto de los perros asilvestrados, buscando una tabla de salvación en una producción bovina que conforme la demanda de la creciente población.

El turismo rural crece en las estancias como una ventana nueva construida con los viejos elementos de tiempo pastoril, entre ellos en María Behety –lo que fue la segunda argentina de José Menéndez– el gran galpón de esquila; y también llama la atención el humedal costero que desde a lo largo de toda la costa ofrece la viva naturaleza volátil que es indicio de la salud ecológica de nuestra comarca. 

Y el desafío constante del crecimiento demográfico, producto de los incentivos materiales para la radicación de trabajadores, la cobertura de servicios asistenciales y una situación global de estímulo, llevó en corto tiempo a Río Grande a pasar de ser “un gran pueblo” a una “pequeña ciudad”.


(*) Este escrito me fue publicado en el siguiente libro,,,





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