Llegó con tan solo 17 años luego de terminar la esquila en
Estancia San Sebastián donde se lo había empleado como peón recorredor. De sus
salarios salió el dinero para comprarse un caballo con su recado, y en compañía
de un compañero del que con el tiempo fue olvidando el nombre, emprendió los
dos días de travesía que lo dejaron en el frigorífico de Río Grande.
Lo emplearon rápidamente en una tarea que no había realizado
nunca: debía alimentar con carbón a las cuatro calderas con que funcionaba el
establecimiento de la Compañía Frigorífica Argentina.
El combustible, carbón de Cardiff, llegaba regularmente en
barco en forma anticipada a la fecha de faena de la fábrica que por entonces
tenía 20 años de trabajo en la desembocadura sur de nuestro río.
En una jornada de trabajo debía palear entre 40 y 60 bolsas
de carbón, primero alimentando dos calderas, y después –para no forzar su
funcionamiento- las otras dos.
Cobraría por mes 120$, y se daba por bien pagado. Pero el
mes tenía 31 días, y no había horas extras. Su primer año fue de febrero a
abril, cuando terminaba la matanza. Entonces lo dejaron libre y pudo volver a
Chile, el caballo pastó en todo aquel tiempo en el campo de los particulares
junto a otros animales en la misma situación, parte de sus tareas del día era
visitar, ver si se reponía de las durezas del camino, y a transmitirle afecto.
Andaba por ahí Mirko Milosevic, que era el capataz de patio,
y a veces lo retaba viéndolo tan chico entreverado en tareas muy duras.
Pero había otro jefe, un ingeniero de máquinas llamado Dany
López, que no lo dejaba tranquilo teniéndolo de petiso de los mandados.
José se quejó. Y lo reconvinieron al mandón. En algún momento
pensó que eso podría parecer un atrevimiento, y con ello le vendría el castigo
que no era otro que darle las cuentas. Pero eso fue solo una anécdota para
recordar, cuando se hizo respetar.
De regreso pasó a ver a sus dos tíos, a los que ubicó del
lado del pueblo, se llamaban Manuel y Francisco Uribe, les dio un alegrón con
su sola presencia, de entraron a ver parecidos, y cuando se ofreció para llevar
algún encargo para su pueblo, se rieron: -¡No vas a llevar nada! Pero vas a traernos
algo. Recién se dio cuenta que con lo ganado en San Sebastián y aquí durante
medio año podría vivir bien el otro medio en su país, si quisiera sin hacer
nada.
Los tíos habían llegado hacía un tiempo aquí, y como
comieron calafate si se fueron volvieron. Francisco Uribe Cárdenas falleció en
el 59, el ya estaba instalado en el pueblo, trabajando para Instalaciones Fijas
Navales, y pudo acompañarlo en el duro trance de la despedida.
Pero para eso el fogonero siguió un tiempo en lo suyo pero
rara vez llegaba hasta Chiloé, lo atrapaba Punta Arenas –la gran ciudad- donde
trabajó como fotógrafo de plaza-, y así conoció a María que había enviudado y
volvió con la familia echa alojándose en un ranchito que hoy estaría situado en
el dentro de la manzana de las monjas.
Pero daría para otros escritos.
El fogonero se llamaba José Ruperto Alvarado Uribe, y se la
pasó construyendo en el terreno de cincuenta por cincuenta que haciendo esquina
entre Rivadavia y Moyano lo mostraba como un hombre infatigable.
Como la mayor parte de la población recibió un sobrenombre:
Tres muelles, y no sé por qué. N se enojaba por eso. Cuando tuvo su bar, el
Rex, en realidad era el de Tres Muelles.
Yo fui compañero en la escuela de su hijo menor, que fue
mozo, y músico, y le llamaban Palito.
En la foto: Don José y
Doña María, en la foto. Ella era mayor que él. Es un detalle: mirenlos también en el cuadro pintado que se aprecia en la pared. Vino un fotógrafo y le encargaron trabajos de todas partes, y los enviaron por correo, y todo el pueblo tenía el mismo traje, la misma blusa, el mismo peinado y la misma medallita.
No hay comentarios:
Publicar un comentario