El comienzo de la enseñanza secundaria en el pueblo trajo
aparejada la inclusión de una asignatura bajo el rótulo de Educación Física.
Y esta era diferenciada por género.
Del lado de los varones hacemos memoria y nos encontramos
primero con Carlos Abogadro, quien era inspector municipal y cubría las pocas
horas que demandaba la cursada semanal.
El mayor desafío era preparar a representativo estudiantil
para confrontar con el colegio de Ushuaia –el José Martí- en una competencia
anual en que se ponía en disputa un trofeo donado por Elztein de tienda La
Capital. Las disciplinas deportivas pasaban por el basket y el fútbol, y por el
atletismo que exigía mostrar habilidades en carrera de 100 metros, posta de 4 x
100, un una carrera de largo aliento de cuya extensión no tenemos concordancia
en los recuerdos; también jabalina y bala.
Un año había que ir a la capital, y otros años se venían
ellos “para la chacra”.
El trofeo quedaría en manos de quien ganara en tres veces
consecutivas o cinco alternadas. La copa
ya con otro profesor quedaría en Río Grande.
Un sucesor en estas enseñanzas fue César Elvio Dalino. De aquellos
años hacemos memoria sobre las prácticas semanales, sábado a la mañana, en lo
que fueran los galpones de la Tennessee en la zona portuaria. Un espacio
cerrado, muy bien cerrado por lo que filtraba el viento y el frío, con escasa
calefacción por radiadores y piso rugoso de cemento.
Con el traslado de Dalino, que era suboficial de la infantería de Marina despedimos al profe
de gimnasia –nosotros seguíamos llamándola así más allá de los pomposos títulos
que involucraban a sus eventuales docentes; y también de su esposa que era
profesora de Geografía.
Recuerdo que al tiempo de su partida lo hicieron en un auto
importado, tal vez un Impala, haciendo la salida por tierra cosa que resultaba
rara, en aquellos tiempos en que ya había cierta continuidad de vuelos para la
Armada, o los traslados marítimos.
Entonces pasaríamos a tener un maestro, al frente del alumnado.
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