HOJAS DE VIDA: José Wenceslao Uribe. Entre almacenes..

 


Trato de ver por donde lo recuerdo. Por visita a casa para darme las gracias. Hacía un programa que se llamaba Nuestra historia reciente, que no eran tan reciente en el plano personal: entonces aludí a un accidente automovilístico que terminó con la vida de uno de sus hijos, y la mayor parte de su familia, en una salida de vacaciones.

Hablamos sobre la vida y sobre la muerte, y guardamos los debidos silencios.

Podría haber comenzado por otro momento. Yo, mi padre y mi madre entramos a la mejora que habría de ser nuestra casa y donde él –que por entonces era empleado de Vialidad- en los ratos libre carpinteros. En alguna de las paredes de esta casa deben estar los clavos que él colocó allá por 1960.

Su llegado a Río Grande fue por  el 13 de octubre de1947, y no le gustó para nada el lugar, si no hubiera venido a buscar trabajo se hubiera ido a los tres días, aunque aquí ya residieran sus mayores.

La suerte estaba echada, más allá de las apariencias este puerto sería el escenario de su vida.

 Pero vamos a detenernos en lo que él nos contó a su momento, una tarde que en su casa de la avenida Belgrano el sol se ponía en el horizonte, y recordaba cómo llegó a tener ese terreno, arrastrando la casita que había levantado al 400 de la misma calle, donde alquilaba un terreno, hasta instalarse en ese tremendo solar que desde un tiempo está en venta, y donde yo concurría por mandado familiar a comprarle a la señora la excelente y abundante lechuga que ella sabía producir.

Su primer empleo fue en La Anónima, que por entonces funcionaba en lo que hoy es Perito y Libertad, entonces Luís Py. Eso fue a los cinco días de su llegada.

El gerente era Juan Muñiz, un asturiano. En la tienda estaba Cabero, en la caja la hermana de Mullins, de ferretero Pantaleón Gallardo, a él le tocó el almacén.

Eran 20 trabajadores, uno solo argentino, un hombre del Chubut.

El negocio tenía su clientela fija, con cuenta corriente, se llegaba a pagar lo que se había sacado en cada sector, se pagaba, se encargaba según lo pedido habitualmente, y si se salía de la lista habitual había una corrección. Lo común era utilizar el servicio de reparto de firma.

Los que podían tener mayores consumos eran los que tenían hotel o pensión.

Un día por Dunken, un alemán de Puerto Varas, de la misma provincia de Llanquihue de donde era él, le habló de mejores oportunidades salariales en El Precio Fijo, comercio de ramos generales situado en lo que sería hoy la esquina de San Martín y 11 de julio, entonces Elcano, y allá fue a preguntar si eso era cierto.

Llevaba más de dos años en su primer empleo fueguino, pero la diferencia era cercana a un 40%, eso se lo hizo ver al gerente, que hizo silencio y le deseó buena suerte.

Pasaría a servir en la filas de Federico Ibarra.

Si se miraba bien no era tanta la diferencia entre uno y otro empleo, hasta había menos cosas por despachar, como el caso del combustible que tenía su surtidor en La Anónima sobre la calle Py.

Allí a dos cuadras de su anterior empleo estaba el almacén en que permanecería unos siete años más.

Se trabajaba cortando al mediodía, y variaba el horario según las estaciones del año. En invierno no hacía falta atender hasta más tarde.

El sábado inglés era ley, y entonces había que acompañar en la temporada de verano al equipo de fútbol de los negocios que siempre tenía algún compromiso.

Llegó el amor, se formó la familia, donde José se rio cuando le pregunte por otros Uribe que había en Río Grande, con mi pregunta de siempre: -“De los Uribe pobres o Uribe ricos”.

Se rió nomás.


En las fotos: Con la esposa y el mayor de los hijos.

Con sus descendientes.


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