El conjunto de chacras debía atender a la subsistencia de la población,
y lo cumplió en parte: varias fueron recibidas por hacendados que allí hacían
engordar los animales que llegaban desmejorados de sus establecimientos, en
días el que el ganado llegaba en pie, en lentos y enormes piños, el nombre
sureño con que se identificó pronto a las majadas. Cuando los animales
alimentados en la periferia pueblerina mejoraban su condición pasaba al
matadero y a las carnicerías donde se vendían los capones enteros, o por medios y cuartos.., no había
necesidad de balanza.
Muy pocas chacras desarrollaron la siembra de forrajes, es recordada la
del vasco Ardanaz, aunque hay más elogios para una quinta, de menor extensión,
la de James Sterlin, de donde salía buena parte del forraje que se consumía en
la hotelería de entonces. Stirlin era un caso singular, hijo de familia
británica, estaba unido a una nativa ona, con la cual no tuvo descendencia.
Otras quintas apuntaron en el tiempo al desarrollo de la huerta, de la cría de aves de corral, de algún ganado en engorde, atendiendo a las familias propietaria que solían ser numerosas, y la producción lechera. En este tramo de nuestra descripción resulta inevitable recordar a los Vicic, los Velásquez y destacar que la leche no era para todos, ya sea por su precio, o porque la oferta era escasa y se privilegiaba clientes fijos, que podían pagar por anticipado.
Pero toda esta actividad de granja, que debía prosperar en el cinturón
productivo de Río Grande tenía su reflejo en múltiples espacios domésticos.
Ahora vamos a seguir simplificando historias en ese terreno, que tal
vez haya sido para algunos de los que nos escuchan: ¡nuestro terreno!
¿Esta historia continuará?
(*) Recuperamos en el tiempo
esta conferenciada dada el viernes 18 de noviembre de 2011, en el hotel
atlántida, como parte de la CELEBRACION DE
En materia de imágenes le pedimos ayuda a la IA, y recuperamos este gesto laborioso de Zdinka Mimica Chechuk -Coca- Bilbao, que fuera tomada en el jardín de su casa cuando se aproximaba a los cien años de vida.
La IA ha conceptualizado este momento que ella dibujó.
Con la pala, ella cultiva la tierra con movimientos suaves y precisos, preparando el suelo para plantar nuevas semillas. Su rostro está iluminado por el sol matutino, y gotas de sudor perlan su frente. A su alrededor, las hileras de verduras y flores crecen saludables y vigorosas, testimonio de su dedicación y cuidado.
En su mirada, se refleja una conexión profunda con la naturaleza y un sentido de logro al trabajar la tierra. La mujer parece estar en su elemento, disfrutando del ritmo tranquilo y satisfactorio del trabajo en la huerta.
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