Un día hace más de
treinta años nos recibió su casa de Belgrano 1985, y entramos a recordar a
recordar su vivir en el mundo del frigorífico, eso que se volvió regular a
partir de 1945. Se había educado en Punta Arenas, primaria y secundaria, en el
Don Bosco y del Liceo de Hombres pera lo cual se ganó la oportunidad de
desenvolverse en el Frigorífico CAP en tareas administrativas hasta llegar a
estar a cargo de la tesorería.
En algún momento le
tocó asistir a Juanito Fernández, que era el encargado de atender la sucursal
de La Anónima.
Pero en los
antecedentes la historia comienza con su padre Antonio
Andrade llegó en 1916, trabajó en la
Primera y desde su fundación en el Frigorífico durante 46 años. En el número
118 de La Ciudad Nueva encontramos un reportaje a Andrade cuando tenía 84 años.
Allí recordaba que en 1917 el botero era Juan Fonseca. Después Triviño,
González, los hemanos Leiva y el
infortunado Lijó. El año 1920 comienza la construcción del puente de hierro,
antes existió uno de tablas y piquetes. La construcción demandó 8 meses. En el
frigorífico trabajaban 289 obreros. Médicos: Díaz, Otero, García, Joaquín
Goytisolo. 314.000 ovinos en temporada, 5000 al día adquiridos por Duer Hors
que operaba en Londres. Caponeros de 1000 toneladas, aunque hubo otros de 600.
Río Grande Dos muelles que fueron reemplazados por otro más grande en tiempos
de la grasería. Antonio se desempeñó regularmente en
la parte del fría del trabajo: las cámaras, jubilándose como capataz en las
mismas. Sus recuerdos rondan un
mundo donde la presencia del estado es inexistente.
En su infancia, en esos veranos compartidos
en nuestro lugar, había cinco chicos, estudiar del otro lado del río, donde
estaba la escuela fiscal representaba las problemáticas de las distancias, ni
que pensar si se quería llegar a la Misión.
Es que Pancho y su familia vivían en ese
otro pueblo, el que estaba del otro lado del río, donde tenían luz desde el año
1918, más de 20 años antes que el servicio de Martínez y Pinola de este lado, alumbrando
a toda la vecindad de 7 a 24, donde cada casa tenía su red de agua potable
obtenida de un manantial. La comunidad era marcadamente masculina y los obreros
se organizaban recreativamente en torno a la actividad futbolística buscando
por rivales al Club San Martín, o a los equipos de las grandes estancias
cercanas: José Menéndez y María Behety.
Cada año salía por barco a su lugar de
estudios, pero con el cambio de la Compañía Frigorífica Argentina a Corporación
de Productores de Carne –CAP- se cortó ese vínculo: ya serían los Lucho los que
cargarían al caponero anclado en San Sebastián los embarques de corderos y
capones. Al principio a pieza entera, más tarde cortados e insertado en la
parte inferior en la cavidad toráxica para ganar espacio, todos en el
correspondiente estoquinete –camisa de capón- que los preservaba higiénicamente
y ayudando en que no se interrumpa la cadena de frío.
De aquellos tiempos fueron quedando algunos apellidos que se insertaron a la comunidad: Clausen, Yensen, Milósevic, Lokvicic, de Juan Portolán como un gran relacionador de tareas, “un uruguayo que se mostraba feliz cuando ganaba su equipo, era el primero en salir a bailar la cueca en las fiestas de septiembre”.
De vez en cuando se sabía que había una
película interesante en el Cine Roca, entonces llamaban a Doña María por
teléfono, desde la central sur –donde vivía la familia Fernández- para no
quedarse sin butaca.
Pancho comenzó su trabajo en tiempos del
Administrador Arana, y acompañó a todos los que estuvieron en tal tarea hasta
que Righetti tuvo la gran responsabilidad de la construcción de las nuevas
instalaciones, la demolición del viejo frigorífico por parte de Domingo Granja
y la construcción del nuevo con una firma que ganó el concurso a nivel
nacional.
Laa fotoa: Fiesta inagural de las nuevas instalaciones del Frigorífico CAP el 6 de abril de 1970. Pancho en uno de sus últimos veranos.
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