LOS PUENTES DE LA MEMORIA.37. “De como aquí hay un espacio que es de todos, pero al que todos no cuidamos”

 



 

El Intendente Colazo fue víctima de la misma sugestión de Don Francisco Bilbao: la de la  Plaza de Armas de Punta Arenas, la Muñoz Gamero. La frondosidad alcanzada por los árboles del lugar lo llevó a recorrerla y la glorieta allí existente motivó que su séquito se ocupara de fotografiarla de distintos ángulos en vista a la construcción de algo similar en nuestra plaza Almirante Brown.

 

Probablemente también Colazo haya apreciado el trabajo de la banda los días domingo, el mástil colocado sobre la arteria de mayor circulación –no en el centro- y el monumento que mandara a construir José Menéndez como su homenaje personal a Hernando de Magallanes. Lo cierto es que la obra pública municipal comenzó a tirar líneas en un nuevo diseño.

 

Ya en tiempos en los cuales el Arquitecto Jorge Casas no era más que Secretario de Obras Públicas de la comuna, se presentó por televisión la maqueta de una reestructuración de este espacio verde. Comprendía la construcción de edificios sobre sus cuatro aceras, configurando en pleno un centro cívico que le faltaba –t le está- faltando a nuestra ciudad. Los gritos en el cielo no tardaron en hacerse sentir, voces de antiguos pobladores –que entonces tenían su peso- dejaron el proyecto en lo que fue, un proyecto ideado por profesionales de la Capital Federal.

 

La plaza ya parecía una plaza y no había por qué cambiarle su aspecto. Durante la gestión de Alberto Vicente Ferrer se la había dotado de bancos, en los que de tanto en tanto alguien se atrevía a sentarse a esperar el paso del tiempo, la llegada de alguien, o atrapar el lento sol del sur. En mérito de gestiones anteriores un embaldosado permitía dar comodidad a su tránsito peatonal, y y sobre todo en invierno –donde se daban todos los actos- que los chicos no permanecieran de pie  sobre el agua, helada a veces pero siempre fría, sobre el barro común de nuestro suelo.

 

Recuerdo que, como funcionario de Esteban Martínez, nos sentamos un día a tirar líneas sobre un aprovechamiento de nuestra plaza de estilo italiano –en esto propia del Renacimiento- y así se pensó en un muro que, en forma de arco, protegiera del viento del oeste, sirviera de soporte aplacas y otros testimonios y albergara un escenario para actividades comunitarias, o simplemente un palco. Ya por entonces acuñábamos la idea que en realidad, en Río Grande, la función de las plazas las cumplen los gimnasios, ya para aquel día se envidiaba la construcción de la plaza de armas del BIM N° 5 mérito, sin o me equivoco, del primer capitán Monti. Las intenciones nos llevaron con Oscar Lassalle y Mirta Ferrari a convocar dominicalmente al izamiento oficial del pabellón nacional, así comenzó a figurar a fines del ’87 en la agenda de cuanta personalidad visitaba la comuna su asistencia al izamiento. El sol fue siempre generoso con este propósito que intentaba emular a la conducta cívica  dominical de los riogalleguenses frente al monumento a Roca; así actuó la banda, el ballet de Víctor Hugo, cantaron folkloristas, recitaron poetas en una ceremonia efímera y contundente que exigía en algunos pocos la seguida satisfacción de la Misa, y en casi todos el traguito reparador en la confitería del cine.

 

Pero no prosperó en mucho la iniciativa. No fue periódica, fue irregular.

 

No hace mucho el arquitecto Giugia me manifestó el interés de la sociedad que él integra, por lograr un aprovechamiento integral y renovado de este espacio, y también con los terrenos de Radio Nacional en la zona céntrica, sobre los que se prometiera un espacio recreativo.

 

Es mérito de Van Aken, en su trabajo sobre la documentación de la Comisión de Fomento, la determinación de la fecha de inauguración: 16 de diciembre de 1937. Aquel año, en que intentamos cambiar de actitud poblacional ante la plaza, la suerte no estaba de nuestro lado, podríamos haber conformado una Comisión de Amigos de la Plaza Almirante Guillermo Brown, entre los vecinos y comerciantes, entre las entidades públicas que la cercaban: pero unos se preocuparon mayormente en la ventas de fin de año, otros en las vacaciones que pronto se tomarían, y fue así como solamente en un comunicado de prensa recordamos que se cumplía medio siglo de su inauguración.

 

Van Aken rescató la fecha de una esquela que fuera remitida al Cónsul Chileno de aquellos días en que se lo anoticiaba de la inauguración y al mismo tiempo se lo invitaba a un brindis, y también exhumó la documentación  por la cual se gestionó su actual emplazamiento, puesto que es de señalar que en la mensura de Varela el destino cívico estaba dado para la manzana que rápidamente identificamos como “del cine”. No en vano, frente a este solar, habían adquirido propiedades los Bilbao, Santomé e Ibarra, no en vano las reservas llevaron que –frente a esa plaza- se erigiera la Delegación de Gobierno y el Banco, que el pueblo construyera su Juzgado de Paz. Pero esta es la historia de la plaza que no fue, lo que será motivo de otro Rastros en el río; hoy seguiremos de la mano del recuerdo junto a la Plaza Almirante Guillermo Brown, ésta que por estos días se piensa en modificar su diagrama tradicional.

 

Y comenzábamos la nota señalando la sugestión de la plaza  puntarenense, sobre Bilbao y Colazo. Aquel, don Francisco, le copió dos calles y dos diagonales y por Punta Arenas se hicieron gestiones para conseguir especies arbóreas que se aclimataran y crecieran rápidamente: sólo conseguimos nuestra plaza liliputiense.

 

Nada parecía indicar que el nombre del prócer inmigrante figurara en la intención de quienes inauguraron la plaza en diciembre del ’37. La escasa documentación nada dice de su nombre, y todavía el poder naval todavía no se había hecho presente en la pastoril y atlántica población. No hay grandes monumentos en su perímetro: el busto de Brown mirando al sol nacer, la plaqueta que fuera inaugurada en un episodio que recordamos en esta misma columna al hablar de don Ruperto Bilbao.

 

Y está su mástil, donado por YPF, que reemplazó en 1949 al primer listón de madera sobre que se elevó la enseña argentina.

 

Fue motivo de orgullo pueblero ante los capitalinos ushuaienses: ¡nosotros teníamos nuestra plaza de cien por cien! –argumentábamos; olvidando de paso el verde natural que cobijaba a nuestra hermana fueguina. Fue la única plaza hasta que en terrenos donados por Van Aken se intentó conformar la denominada Plaza Familia Ona, abortado proyecto municipal donde pesó más la incivilidad de algunos insensibles que destruyeron su monumento.

 

Y el recuerdo nos lleva a la vieja plaza cercada. Precaución  que funcionarios que protegían el dinero que invertían de la depredación que sobrevendría si los animales sueltos en el ejido urbano se les ocurría ir a pastar al espacio público. René Piñero nos dijo que recién con él se abrió la plaza.

 

¿Qué pasará con nuestra plaza? ¿Cambiará o no cambiará?

 

En realidad siempre cambió: ¡si hasta cambió de lugar!

 

Podríase, es cierto, dejarla así, y generar las inversiones inmediatas de una glorieta donde actúe dominicalmente la banda en otra plaza. La que espera aún todo lo que hay por hacer, allá en Thorne, camino al 2 de abril. ¡Pero nosotros no escribimos sobre el futuro!

 

“Y entre las carencias con las que nació nuestro pueblo figuraba esta, la del espacio ciudadano en común”.

“Y entre las carencias con las que nació nuestro pueblo figuraba esta, la del espacio ciudadano en común”.


En la foto; Javiera Stipicic nieta chilena de Francisco Bilbao en la plaza que diagramó su abuelo.

Esta nota fue presentada como Rastros en el río, un domingo de 1992 en EL SUREÑO.

 

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